Oscar Adrián
Hace exactamente una semana, el pasado 30 de abril, acudí al sexto piso del Hospital General de Tijuana a cubrir una fiesta del Día del Niño que celebraron con los pequeños que están internos en ese nosocomio. La mayoría de los festejados eran niños con cáncer. Algunos de ellos devastados por la quimioterapia, otros en franca recuperación. Hubo payasos, dulces, cajitas felices y la alegría se respiraba en al aire. La sonrisa de un niño compenetrado en el juego es una de las imágenes humanas más universales y absolutas. El mismo cáncer queda eclipsado por ese rostro de emoción. Dentro de todos los niños, hubo uno que llamó particularmente mi atención. Era un niño gordito y sonriente que desde una silla de ruedas intentaba participar en los juegos y concursos que organizaba un payaso. Su nombre, Oscar Adrián Valenzuela. Me llamó mucho la atención el hecho de verlo con tantas ganas de bajarse de su silla de ruedas y participar en el juego. Me acerqué a platicar un poco con él. Encontré un niño desenvuelto, risueño que no sintió timidez alguna ante la grabadora. Hablé con su madre. Me platicó que Oscar Adrián llevaba casi dos años luchando contra la leucemia. Dos días antes de la fiesta había recibido una quimioterapia, cuyos devastadores efectos no se notaban, pues el pequeño, de cinco años de edad, lucía sonriente. Los médicos me dijeron que había reaccionado bien y que sus esperanzas de vencer la enfermedad eran alentadoras. Mi colega Tizoc Santibáñez le tomó fotografías desde varios ángulos. El niño invariablemente sonreía. Escribí un artículo sobre la situación de los niños con cáncer en Baja California que salió publicado en primera plana del día 1 de mayo y escogimos la foto de Oscar Adrián para ilustrar la portada. Fue una imagen emotiva. El rostro de Oscar Adrián en la portada no transmitía la imagen devastadora del cáncer, sino una imagen de esperanza. Nuestros lectores pudieron apreciar en nuestra portada a un niño que pese a estar afectado por una enfermedad terminal, disfrutaba de su fiesta. Fue una portada muy comentada. A lo largo de la semana recibí comentarios de gente que había leído la nota y me preguntaban por el niño. Decidí darle seguimiento a la historia, publicando notas semanales sobre su estado de salud, que yo imaginaba iría en franca mejoría.
Hace unos minutos llegué a la redacción y me dieron la noticia: La madre de Oscar Adrián me llamó para darme las gracias por haber escrito sobre la última fiesta de su hijo. Oscar Adrián murió el 4 de mayo. La leucemia, a la que había resistido por casi dos años, esta vez no le perdonó la vida. Y en este preciso momento en que escribo esto, descubro que tal vez nunca antes me había sentido tan triste por un tema relacionado con mi trabajo periodístico. A lo largo de más ocho años de periodismo escrito he visto decenas de muertos, gente con el rostro desfigurado por las balas, mujeres llorando ante el cuerpo de su esposo recién ejecutado, he caminado por los escombros de las torres gemelas en septiembre de 2001, he visto a familias llorar ante sus casas convertidas en cenizas por un incendio y sin embargo, puedo jurar que en todos esos casos mantuve una suerte de profesional indiferencia. Hoy esa indiferencia me ha abandonado. Por primera vez en años creo que siento ganas de llorar. La leucemia se llevó a Oscar Adrián y yo confieso que nunca antes en mi vida me había parecido tan triste la extinción de una sonrisa.
Hace exactamente una semana, el pasado 30 de abril, acudí al sexto piso del Hospital General de Tijuana a cubrir una fiesta del Día del Niño que celebraron con los pequeños que están internos en ese nosocomio. La mayoría de los festejados eran niños con cáncer. Algunos de ellos devastados por la quimioterapia, otros en franca recuperación. Hubo payasos, dulces, cajitas felices y la alegría se respiraba en al aire. La sonrisa de un niño compenetrado en el juego es una de las imágenes humanas más universales y absolutas. El mismo cáncer queda eclipsado por ese rostro de emoción. Dentro de todos los niños, hubo uno que llamó particularmente mi atención. Era un niño gordito y sonriente que desde una silla de ruedas intentaba participar en los juegos y concursos que organizaba un payaso. Su nombre, Oscar Adrián Valenzuela. Me llamó mucho la atención el hecho de verlo con tantas ganas de bajarse de su silla de ruedas y participar en el juego. Me acerqué a platicar un poco con él. Encontré un niño desenvuelto, risueño que no sintió timidez alguna ante la grabadora. Hablé con su madre. Me platicó que Oscar Adrián llevaba casi dos años luchando contra la leucemia. Dos días antes de la fiesta había recibido una quimioterapia, cuyos devastadores efectos no se notaban, pues el pequeño, de cinco años de edad, lucía sonriente. Los médicos me dijeron que había reaccionado bien y que sus esperanzas de vencer la enfermedad eran alentadoras. Mi colega Tizoc Santibáñez le tomó fotografías desde varios ángulos. El niño invariablemente sonreía. Escribí un artículo sobre la situación de los niños con cáncer en Baja California que salió publicado en primera plana del día 1 de mayo y escogimos la foto de Oscar Adrián para ilustrar la portada. Fue una imagen emotiva. El rostro de Oscar Adrián en la portada no transmitía la imagen devastadora del cáncer, sino una imagen de esperanza. Nuestros lectores pudieron apreciar en nuestra portada a un niño que pese a estar afectado por una enfermedad terminal, disfrutaba de su fiesta. Fue una portada muy comentada. A lo largo de la semana recibí comentarios de gente que había leído la nota y me preguntaban por el niño. Decidí darle seguimiento a la historia, publicando notas semanales sobre su estado de salud, que yo imaginaba iría en franca mejoría.
Hace unos minutos llegué a la redacción y me dieron la noticia: La madre de Oscar Adrián me llamó para darme las gracias por haber escrito sobre la última fiesta de su hijo. Oscar Adrián murió el 4 de mayo. La leucemia, a la que había resistido por casi dos años, esta vez no le perdonó la vida. Y en este preciso momento en que escribo esto, descubro que tal vez nunca antes me había sentido tan triste por un tema relacionado con mi trabajo periodístico. A lo largo de más ocho años de periodismo escrito he visto decenas de muertos, gente con el rostro desfigurado por las balas, mujeres llorando ante el cuerpo de su esposo recién ejecutado, he caminado por los escombros de las torres gemelas en septiembre de 2001, he visto a familias llorar ante sus casas convertidas en cenizas por un incendio y sin embargo, puedo jurar que en todos esos casos mantuve una suerte de profesional indiferencia. Hoy esa indiferencia me ha abandonado. Por primera vez en años creo que siento ganas de llorar. La leucemia se llevó a Oscar Adrián y yo confieso que nunca antes en mi vida me había parecido tan triste la extinción de una sonrisa.