Encuentros y desencuentros
(un poco del pasado)
Hay pasiones literarias que irremediablemente se agotan. Me sucede con algunos autores, sobre todo con aquellos a los que alguna vez les llegué a profesar una suerte de culto.
Existen ciertos escritores que en alguna época de mi vida ejercieron una enorme influencia. Siendo adolescente, me aficioné, como muchos, a Hermann Hesse y luego de ser seducido por Harry Haller y Abraxas, me di a la tarea de leer todo lo habido y por haber del suizo que poco a poco me fue aburriendo. Hoy a la distancia lo veo como una dulce pasión de teenager. A mis 17 años, estando todavía en prepa, empecé a leer a Milán Kundera. La insoportable levedad del ser me pudo tanto, que me dí a la tarea de agarrar todo lo que encontrara del checo. Así leí El libro de la risa y el olvido, La vida está en otra parte, La broma, La despedida, La inmortalidad y El libro de los amores ridículos y mi afición por el de Brno creció. Kundera se apoderó de mi librero. Entonces sobrevino el desencuentro. La lentitud y La ignorancia me dejaron con un amargo sin embargo y poco a poco mi pasión por el checo transformado a francés se fue extinguiendo.
Aunque no me gusta su fase parisina, lo sigo respetando, pero no produce la misma emoción en mí.
Podría enumerar otros ejemplos. Ernesto Sabato se apoderó de mí con El túnel y Sobre héroes y tumbas, pero Resistencia y Antes del fin, lacrimosos y desgarradores manifiestos de un humanista atormentado, me dejaron un saborcillo agrio. Con el chiapaneco- huatulqueño Leonardo Da Jandra me ocurrió algo parecido.
Piglia, Castellanos Moya, Fernando Vallejo, Roberto Bolaño, Enrique Vila Matas, Irvine Welsh son ejemplos recientes de autores contemporáneos que han logrado atraparme, de los que he leído por lo menos más de tres títulos y que hasta ahora no me han decepcionado.
(un poco del pasado)
Hay pasiones literarias que irremediablemente se agotan. Me sucede con algunos autores, sobre todo con aquellos a los que alguna vez les llegué a profesar una suerte de culto.
Existen ciertos escritores que en alguna época de mi vida ejercieron una enorme influencia. Siendo adolescente, me aficioné, como muchos, a Hermann Hesse y luego de ser seducido por Harry Haller y Abraxas, me di a la tarea de leer todo lo habido y por haber del suizo que poco a poco me fue aburriendo. Hoy a la distancia lo veo como una dulce pasión de teenager. A mis 17 años, estando todavía en prepa, empecé a leer a Milán Kundera. La insoportable levedad del ser me pudo tanto, que me dí a la tarea de agarrar todo lo que encontrara del checo. Así leí El libro de la risa y el olvido, La vida está en otra parte, La broma, La despedida, La inmortalidad y El libro de los amores ridículos y mi afición por el de Brno creció. Kundera se apoderó de mi librero. Entonces sobrevino el desencuentro. La lentitud y La ignorancia me dejaron con un amargo sin embargo y poco a poco mi pasión por el checo transformado a francés se fue extinguiendo.
Aunque no me gusta su fase parisina, lo sigo respetando, pero no produce la misma emoción en mí.
Podría enumerar otros ejemplos. Ernesto Sabato se apoderó de mí con El túnel y Sobre héroes y tumbas, pero Resistencia y Antes del fin, lacrimosos y desgarradores manifiestos de un humanista atormentado, me dejaron un saborcillo agrio. Con el chiapaneco- huatulqueño Leonardo Da Jandra me ocurrió algo parecido.
Piglia, Castellanos Moya, Fernando Vallejo, Roberto Bolaño, Enrique Vila Matas, Irvine Welsh son ejemplos recientes de autores contemporáneos que han logrado atraparme, de los que he leído por lo menos más de tres títulos y que hasta ahora no me han decepcionado.