La sociedad de la información
Imaginemos a una doñita de que habita en un rancho donde no hay tele ni radio y donde ningún repartidor llega a dejar el periódico (que por lo demás serviría de poco, pues la doñita en cuestión, no sabe leer).
Esta doñita sabe, porque lo ha visto o porque gente muy cercana a ella se lo ha contado, que el papá del vecino se murió de una embolia, que los pollos del corral de Don Casimiro están naciendo gorditos, que el pozo de agua está por quedarse vacío y que las cosechas se las están comprando a un precio de miseria. Si tiene buena memoria, tal vez te pueda relatar los pocos crimines que se han cometido en el rancho en los últimos 50 años, las infidelidades matrimoniales, los hijos ilegítimos que han nacido por ahí y te puede dar santo y seña de los vecinos que han emigrado a trabajar a Estados Unidos. No sabe donde está Irak ni se ha enterado de los video-escándalos, pero todo el conocimiento de su entorno actual lo ha adquirido por experiencia propia. Es capaz de dominar su cosmos por conocimiento directo.
Imaginemos ahora un ejecutivo de bolsa, que carga su celular y su lap top hasta en el baño, en los que continuamente recibe informes sobre la situación de los mercados en Oriente, los nuevos atentados en Irak, que se conecta en juntas virtuales con sus socios de Londres y Singapur y te puede dar santo y seña del asesinato del presidente de Chechenia. Además, no se pierde el noticiero de la noche y recibe en su celular los resultados del torneo de golf de Malasia. Este hombre vive en un lujoso edificio de departamentos a donde sólo llega a dormir y tal vez nunca se entere que el niño del conserje que asea su edificio se murió de neumonía, ni se dará cuenta que las golondrinas que por años hicieron nidos en el techo del edificio han dejado de migrar por la contaminación y sabrá del crimen que se cometió en la esquina de su calle sólo cuando lo vea en las noticias. A diferencia de la doñita del rancho, el universo de este hombre informado se limita a las fronteras de una pantalla. La de la computadora, la de la tele, la del celular y el tablero de su carro. Jamás siente la lluvia ni el sol, pues en todos los lugares donde se encuentra hay aire acondicionado o calefacción, lo mismo en su oficina que en el gimnasio donde acude a hacer ejercicio.
¿Quién conoce más el mundo? ¿Quién tiene más conciencia de su microcosmos? Lo poco que conoce la doñita, lo conoce por sus sentidos. El caudal de información que posee el Ejecutivo, es todo producto de los medios. La sequía en el rancho de la doñita es absolutamente palpable. Los índices en la bolsa de Tokio que el ejecutivo sabe de memoria, pueden ser una absoluta mentira, un símbolo inexistente, falaz. El ejecutivo no posee nada. Desgraciadamente, la sociedad de la información, lo que significa la humanidad entera en el mundo ?civilizado? percibe el Universo a través de pantallas. Nadie le garantiza que su torre de información no sea una absoluta patraña. La doñita sabe que hay una tormenta en su rancho porque su piel está mojada. Lo que el ejecutivo sabe de la guerra de Irak es lo que el reportero, el editor, el director del medio y acaso el gobierno de Estados Unidos han decidido que sepa.
Imaginemos a una doñita de que habita en un rancho donde no hay tele ni radio y donde ningún repartidor llega a dejar el periódico (que por lo demás serviría de poco, pues la doñita en cuestión, no sabe leer).
Esta doñita sabe, porque lo ha visto o porque gente muy cercana a ella se lo ha contado, que el papá del vecino se murió de una embolia, que los pollos del corral de Don Casimiro están naciendo gorditos, que el pozo de agua está por quedarse vacío y que las cosechas se las están comprando a un precio de miseria. Si tiene buena memoria, tal vez te pueda relatar los pocos crimines que se han cometido en el rancho en los últimos 50 años, las infidelidades matrimoniales, los hijos ilegítimos que han nacido por ahí y te puede dar santo y seña de los vecinos que han emigrado a trabajar a Estados Unidos. No sabe donde está Irak ni se ha enterado de los video-escándalos, pero todo el conocimiento de su entorno actual lo ha adquirido por experiencia propia. Es capaz de dominar su cosmos por conocimiento directo.
Imaginemos ahora un ejecutivo de bolsa, que carga su celular y su lap top hasta en el baño, en los que continuamente recibe informes sobre la situación de los mercados en Oriente, los nuevos atentados en Irak, que se conecta en juntas virtuales con sus socios de Londres y Singapur y te puede dar santo y seña del asesinato del presidente de Chechenia. Además, no se pierde el noticiero de la noche y recibe en su celular los resultados del torneo de golf de Malasia. Este hombre vive en un lujoso edificio de departamentos a donde sólo llega a dormir y tal vez nunca se entere que el niño del conserje que asea su edificio se murió de neumonía, ni se dará cuenta que las golondrinas que por años hicieron nidos en el techo del edificio han dejado de migrar por la contaminación y sabrá del crimen que se cometió en la esquina de su calle sólo cuando lo vea en las noticias. A diferencia de la doñita del rancho, el universo de este hombre informado se limita a las fronteras de una pantalla. La de la computadora, la de la tele, la del celular y el tablero de su carro. Jamás siente la lluvia ni el sol, pues en todos los lugares donde se encuentra hay aire acondicionado o calefacción, lo mismo en su oficina que en el gimnasio donde acude a hacer ejercicio.
¿Quién conoce más el mundo? ¿Quién tiene más conciencia de su microcosmos? Lo poco que conoce la doñita, lo conoce por sus sentidos. El caudal de información que posee el Ejecutivo, es todo producto de los medios. La sequía en el rancho de la doñita es absolutamente palpable. Los índices en la bolsa de Tokio que el ejecutivo sabe de memoria, pueden ser una absoluta mentira, un símbolo inexistente, falaz. El ejecutivo no posee nada. Desgraciadamente, la sociedad de la información, lo que significa la humanidad entera en el mundo ?civilizado? percibe el Universo a través de pantallas. Nadie le garantiza que su torre de información no sea una absoluta patraña. La doñita sabe que hay una tormenta en su rancho porque su piel está mojada. Lo que el ejecutivo sabe de la guerra de Irak es lo que el reportero, el editor, el director del medio y acaso el gobierno de Estados Unidos han decidido que sepa.