La gran familia
Mi reportaje sobre el nepotismo en el ayuntamiento panista me ha acarreado una buena cantidad de correos electrónicos. Algunos con felicitaciones, otros con reclamos. En fin, México es un país nepotista por naturaleza. Aquí los patriarcados y matriarcados son vistos como sinónimo de benevolencia. La ?gran familia mexicana?, esa institución sacrosanta, absoluta, ?tan perfecta como nuestra santa madre iglesia y nuestra guadalupana?. ?Es que en México tenemos valores familiares?, ?es que en México no somos unos desalmados como allá, aquí la familia cuenta?, nos dicen emocionadas las católicas doñitas. En México el hijo trabaja con el padre y espera su muerte para heredar su empresa. Si tu padre es un hombre destacado, estarás condenado a vivir a perpetuidad de sus dádivas y llevarás su nombre como un tatuaje. Nada más despreciable que el hijo de un político que siente una suerte de iluminación divina que lo consagra en destino misericordioso al ejercicio de la función pública. George Bush es el mejor ejemplo, pero aquí en Baja California estamos atiborrados de zanganitos iluminados.
¿Qué son los valores familiares que tanto promovemos? ¿Tener una suegra de 95 años viviendo a perpetuidad en la casa y orinándose en la cama? ¿Ser un bueno para nada de 30 años incapaz de tener independencia, que vive pegado a la teta de la madre y a la cartera de su padre? ¿Sentirte moralmente obligado a sacar a tus parientes de la bancarrota? ¿Forzar a que sean tus padres o tus suegros quienes se hagan cargo de la manutención de tu ?domingo siete? que tuviste por no usar condón? ¿Ser un hijo de papi a perpetuidad? ¿Un edípico incurable? En México no sabemos crear individuos. El individualismo es visto como un rasgo propio del egoísmo anglosajón. Por eso todo patriarca mexicano debe ponerle su nombre a su primogénito, para asegurar su propia eternidad y perpetuar la mediocracia en otro ser. Luego entonces, no debe extrañarnos que los funcionarios públicos metan a sus familiares en las nóminas públicas. En este país de juniors perpetuos ser individualista es visto como un sinónimo de desarraigo.
Pero créanme, es posible amar a tu familia sin necesidad de vivir en condición de focas amontonadas y honras más a tu padre y a tu madre en la medida que no eres una carga para ellos.
...y sin embargo...
Mucha gente me pregunta que hago aquí, en esta tierra, donde no tengo un solo familiar consanguíneo. Porque resulta que yo no emigré aquí en busca de trabajo, pues trabajo tenía. Tampoco en busca de un mejor futuro, ni de progreso económico. ¿Por qué entonces emigré a una tierra donde no hay futbol y prefieren la electrónica sobre el rock? ¿Por qué me autoexilié de tantas cosas y de tanta gente? Y sin embargo, soy feliz. Y sí, desde la lejanía yo amo sinceramente a mi familia.
Mi reportaje sobre el nepotismo en el ayuntamiento panista me ha acarreado una buena cantidad de correos electrónicos. Algunos con felicitaciones, otros con reclamos. En fin, México es un país nepotista por naturaleza. Aquí los patriarcados y matriarcados son vistos como sinónimo de benevolencia. La ?gran familia mexicana?, esa institución sacrosanta, absoluta, ?tan perfecta como nuestra santa madre iglesia y nuestra guadalupana?. ?Es que en México tenemos valores familiares?, ?es que en México no somos unos desalmados como allá, aquí la familia cuenta?, nos dicen emocionadas las católicas doñitas. En México el hijo trabaja con el padre y espera su muerte para heredar su empresa. Si tu padre es un hombre destacado, estarás condenado a vivir a perpetuidad de sus dádivas y llevarás su nombre como un tatuaje. Nada más despreciable que el hijo de un político que siente una suerte de iluminación divina que lo consagra en destino misericordioso al ejercicio de la función pública. George Bush es el mejor ejemplo, pero aquí en Baja California estamos atiborrados de zanganitos iluminados.
¿Qué son los valores familiares que tanto promovemos? ¿Tener una suegra de 95 años viviendo a perpetuidad en la casa y orinándose en la cama? ¿Ser un bueno para nada de 30 años incapaz de tener independencia, que vive pegado a la teta de la madre y a la cartera de su padre? ¿Sentirte moralmente obligado a sacar a tus parientes de la bancarrota? ¿Forzar a que sean tus padres o tus suegros quienes se hagan cargo de la manutención de tu ?domingo siete? que tuviste por no usar condón? ¿Ser un hijo de papi a perpetuidad? ¿Un edípico incurable? En México no sabemos crear individuos. El individualismo es visto como un rasgo propio del egoísmo anglosajón. Por eso todo patriarca mexicano debe ponerle su nombre a su primogénito, para asegurar su propia eternidad y perpetuar la mediocracia en otro ser. Luego entonces, no debe extrañarnos que los funcionarios públicos metan a sus familiares en las nóminas públicas. En este país de juniors perpetuos ser individualista es visto como un sinónimo de desarraigo.
Pero créanme, es posible amar a tu familia sin necesidad de vivir en condición de focas amontonadas y honras más a tu padre y a tu madre en la medida que no eres una carga para ellos.
...y sin embargo...
Mucha gente me pregunta que hago aquí, en esta tierra, donde no tengo un solo familiar consanguíneo. Porque resulta que yo no emigré aquí en busca de trabajo, pues trabajo tenía. Tampoco en busca de un mejor futuro, ni de progreso económico. ¿Por qué entonces emigré a una tierra donde no hay futbol y prefieren la electrónica sobre el rock? ¿Por qué me autoexilié de tantas cosas y de tanta gente? Y sin embargo, soy feliz. Y sí, desde la lejanía yo amo sinceramente a mi familia.