Un teatro, Todo esto es un teatro, una pantomima de cuellos parados a costa nuestra- No crean nada- Todo es pantomima, todo es un acto hipócrita y a veces para eso me pinto solo. Como si no supiera de políticas y efectos mediáticos-
Los premios
Vivimos en una sociedad que estimula la competencia desde que eres un lactante. Debes disputar con otros cada trozo de vida y demostrar que eres mejor. Pero la única forma de legitimar y perpetuar tu éxito en dicha competencia, es lograr coronar tu cabecita con un premio. Desde que en la escuela la maestra te pone una estrellita en la frente, te está diciendo que por tu buen comportamiento, o por-que agarraste bien los crayolas y no tiraste el lonche, fuiste mejor niño que los demás. Tu estrellita brilla sobre los otros. Después, en la primaria, aparece el cuadro de honor. El primer lugar, generalmente corresponde una niña matadita y no muy linda que digamos, mientras los burros yacen en el fondo chapotenado en el fango como los equipos que pelean el descenso.
En la adolescencia, como en ninguna otra edad, pasas los días obsesionado en demostrar que eres el mejor, que destacas sobre los demás, ya sea en deportes, putazos, conquista de chicas, originalidad, astucia etc. Y sí, puedes ser todo lo bueno que tu quieras, pero de pronto viene el tribunal social y te pregunta ¿Qué has ganado? ¿Quién certifica que eres bueno? Pues no basta con que tú lo demuestres en los hechos; debes tener quien lo avale. Por eso se inventaron los premios. Siempre subjetivos, sí. La subjetividad es su naturaleza. Nada es absoluto en este mundo. Sin embargo, pese a que en tu in-terior estás consciente de que ser premiado es una cuestión meramente circunstancial, tu mente ha sido condicionada desde que eres un pequeño para emocionarte ante todo lo que huela a triunfo re-conocido. Es tal vez por ello que, aunque me de un poco de pena reconocerlo, me siento contento de haber ganado el premio de mejor reportaje en el concurso “Lo Mejor del Periodismo Don Rogelio Lozoya Godoy”.
Los premios
Vivimos en una sociedad que estimula la competencia desde que eres un lactante. Debes disputar con otros cada trozo de vida y demostrar que eres mejor. Pero la única forma de legitimar y perpetuar tu éxito en dicha competencia, es lograr coronar tu cabecita con un premio. Desde que en la escuela la maestra te pone una estrellita en la frente, te está diciendo que por tu buen comportamiento, o por-que agarraste bien los crayolas y no tiraste el lonche, fuiste mejor niño que los demás. Tu estrellita brilla sobre los otros. Después, en la primaria, aparece el cuadro de honor. El primer lugar, generalmente corresponde una niña matadita y no muy linda que digamos, mientras los burros yacen en el fondo chapotenado en el fango como los equipos que pelean el descenso.
En la adolescencia, como en ninguna otra edad, pasas los días obsesionado en demostrar que eres el mejor, que destacas sobre los demás, ya sea en deportes, putazos, conquista de chicas, originalidad, astucia etc. Y sí, puedes ser todo lo bueno que tu quieras, pero de pronto viene el tribunal social y te pregunta ¿Qué has ganado? ¿Quién certifica que eres bueno? Pues no basta con que tú lo demuestres en los hechos; debes tener quien lo avale. Por eso se inventaron los premios. Siempre subjetivos, sí. La subjetividad es su naturaleza. Nada es absoluto en este mundo. Sin embargo, pese a que en tu in-terior estás consciente de que ser premiado es una cuestión meramente circunstancial, tu mente ha sido condicionada desde que eres un pequeño para emocionarte ante todo lo que huela a triunfo re-conocido. Es tal vez por ello que, aunque me de un poco de pena reconocerlo, me siento contento de haber ganado el premio de mejor reportaje en el concurso “Lo Mejor del Periodismo Don Rogelio Lozoya Godoy”.