Eterno Retorno

Thursday, March 04, 2004

La literatura me causa estupor. En este universo tan visto, tan trillado, tan caminado y tan cogido, algo tan sencillito como un buen libro me sigue emocionando. Clavadote en la tecla yo. En realidad hay bien poquitas cosas que me interesan y me causan estupor y un millón de tópicos en los que jamás me he interesado. Cuántas veces a la semana entro en una librería y nunca, ni por curiosidad, me he puesto a hojear los libros de computación o los de superación empresarial y mamadas seme-jantes. Cuántas veces entro a una tienda de discos y paso de largo del pop, el electrónico y la basura rapera para ir a lo que te truje chencho: Pure Fucking Metal. Bien clavadote en la misma tecla del piano. Pocos temas y muy básicos, muy sencillitos, los que se encargan de alegrar mi vida. El inventario de las cosas que no me causan ningún estupor es enorme.
Claro, mi gusto por los libros provoca que se me confunda con ese tipo de sanguijuelas que Lomelí llama culturosos y yo teorréicos, quienes deambulan como rémoras en torno a un pretexto llamado literarura. ¿Cuándo me han visto en la presentación de un libro? ¿Cuándo he acudido a ser partícipe de un mamotreto cultural? ¿Hay acaso un solo escritor, literato o insecto semejante en la pequeñísi-ma lista de mis seres queridos? No. Mi bibliofilia es quijanesca, enfermiza, propia de un heroinómano. Mientras ellos acuden a lecturas y presentaciones yo leo, mientras ellos discuten en foros el futuro de la literatura y dictan sentencia de muerte a la narrativa, yo escribo y mientras ellos deciden qué está de moda y qué es vanguardia, yo me embriago con una obra del Siglo XVI.
Ni modo, yo no elegí esta pinche adicción. Esa la única forma en que más o menos me las arreglo para no naufragar en la vida. El vino, el metal, el futbol, la bicicleta, los paseos por la playa hacen lo suyo. Pequeñas o grandes pasiones, vicios para evitar que este hombre se ahogue en sí mismo. A otros les pasan los videojuegos, las charlas de computadora, armar avioncitos y papalotes, leer revistas de tecnología. A me pasa esta chingadera. ¿Porqué? Quién sabe. Así me ha de haber hecho ese mentado Dios en quien no creo.

Ayer, por cierto, concluí la lectura de una de esas novelas que te dejan acá, con el espíritu poblado de interrogantes. Respiración Artificial me fue recomendada hace un tiempo por mi coelga Fausto Ovalle. Hoy que concluyo con su lectura, afirmo que es, en efecto, una de las mejores novelas paridas en Argentina- Por lo pronto, chutaos esto:


¿Más literatura? Sí, más literatura. ¿You want a break? No, you can not have any fucking break until you stay into Eterno Retorno-


Respiración Artificial
Ricardo Piglia
Anagrama

Por Daniel Salinas Basave

De entrada, aclaro que me parece un reto más que complicado hablar de una
novela como Respiración artificial en unos cuantos párrafos.
De por sí su autor Ricardo Piglia es, en cada uno de sus textos, como un pez
mojado resbalando en las manos de quien intenta definirlo o encasillarlo en
un género.
Y Respiración artificial son palabras mayores. Después de todo, no cualquier
libro puede presumir ser considerado entre las 10 mejores novelas que se han
escrito en Argentina. ¿Y quién incluye a Respiración artificial en semejante
decena, teniendo como vecinos a Borges y Sabato? Pues nada menos que una
encuesta realizada entre 50 escritores argentinos.
Respiración artificial no es una novela cómoda ni complaciente con el
lector. El autor es muy cuidadoso en la forma en que va arrojando sus cartas
y es muy fácil dejarse llevar por un sentido equívoco en los primeros
párrafos.
Lo que en un principio parece ser un anecdotario genealógico del escritor
Emilio Renzi, se va transformando en un epistolario entre éste y su tío
Marcelo Maggi.
Pero el intercambio de cartas es sólo el principio, la punta de un iceberg
profundo y laberíntico.
¿Qué hay detrás de los recuerdos de infancia de Renzi? Una difusa memoria de
la vida errante del tío, que abandona y roba a su mujer. Marcelo Maggi, vagabundo y autoexiliado que inevitablemente hace pensar en
el devocional tributo que Piglia se empeña en rendir en cada texto suyo a
Macedonio Fernández, es el hilo conductor que nos lleva hasta Luciano
Ossorio, el viejo senador inválido y retirado.
Éste a su vez, es la máquina del tiempo que nos lleva hasta su abuelo
Enrique Ossorio, el cercano colaborador del dictador Juan Manuel de Rosas. Entonces, casi sin darnos cuenta, hemos viajado hasta el año 1850 y nos
encontramos acopañando a Ossorio en su exilio en un burdel de Nueva York. En unas cuantas páginas hemos viajado entre el epistolario, la reflexión, el
dilema metafísico y la indagación policial.
¿Cómo definir Respiración artificial? Parece no solo atrevido, sino hasta
ocioso tratar de hacerlo. ¿Es una metáfora de la historia de Argentina? ¿Un
tratado filosófico sobre la naturaleza de la traición? ¿Una sucesión de
enigmas? ¿Un crónico acertijo?
Acaso sea una de las mejores encarnaciones literarias del Mito del Eterno
Retorno, de la existencia como espiral, con lo que Piglia parece jugar hasta
en la prosa y en esa manía de repetir rítmicamente las palabras finales de
las frases al comienzo de la oración inmediata posterior. Un constante
escarceo entre literatura de ficción, historia y filosofía.
En fin, estas impresiones me quedan de una primera lectura, pero confieso
que tengo la sospecha de que una segunda vez podría arrancarme comentarios
diferentes. Tan mutante parece Respiración artificial, que no me extrañaría
encontrarme con otra novela oculta si caigo en la tentación de iniciar a las
de ya con su relectura.



Teorreícos are back in town

Por cierto, últimamente escucho una sarta de expresiones teorreícas que al parecer están de muy de moda en el universo de las sanguijuelas culturales: Hipertexto, anti-novela, post- narrativa, deconstrucción. Déjense de mamadas atajo de puñeteros. Todas esas expresiones tienen para mí un sinónimo: Literatura aburrida, libros que se disfrazan de vanguardistas del hiperintelecto para ocultar tras el cochino maquillaje su insoportable tedio. Como dijo el Ángel Decadente ¿Cuándo me aburrió Poe? ¿Cuándo me aburrió Rulfo? A mí no me aburrieron nunca y disfruto mucho más al “anacrónico” Balzac, amo y señor de las mentes de todos sus personajes o al aventurero Salgari, que a los hipertextos teorreícos que te venden como diría la Polla Records, “lo último de lo último, lo muy muy y lo más más y lo tope de lo tope muñequitos”. Pero hoy está de moda aburrir.