Pazuzu y Santa Ana
Una de las caracterizaciones más antiguas del Demonio es la de Pazuzu. Se le representaba en una horrible figura con una cara de perro o bestia descarnada y con cuatro alas en su espalda. La gente solía tener esa figura en sus casas, pero no por que se le venerara, sino porque su aspecto era tan espantoso, que él mismo se asustaba al verse. Esta deidad maldita de los sumerios, evocaba el viento del Sudeste.
Elevar al viento a la categoría del más cruel de los demonios, refleja el pavor que causaban los aires del Sudeste a los antiguos pobladores del Medio Oriente.
Los vientos traían consigo devastadoras tormentas de arena, pestes y epidemias. Bajo el criterio de los sumerios, el viento del Sudeste en el desierto sólo podía ser obra del Maldito. Ahí estaba el cruel Pazazu para representar el horror de esas tormentas.
Esta mañana he pensado que los bajacalifornianos bien podríamos tener nuestro Pazazu particular. Cualquiera que haya estado parado en la costa tijuanense frente a los vientos que provienen del Este, sabrá de que hablo. Se supone que la de hoy no es condición Santa Ana. El santanazo es caliente, seco e intenso. El viento de hoy es tan o más intenso que el Santa Ana, pero frío y picante. Digamos que es un Santa Ana invernal y viene del Este. Cuando el viento proviene del Pacífico, como ocurre normalmente en esta hermosa Península, el aire es fresco, rico, como una caricia cachonda del Océano que Vasco Núñez de Balboa bautizó. Pero cuando el viento sopla del desierto al mar, entonces se torna cruel, devastador e inclemente. Este año ha sido rico en vientos, pero los de anoche se pasaron de la raya. El sábado, Carol y yo habíamos plantado de nuevo nuestros arbolitos y habíamos amasado bien la tierra en torno al tronco para evitar que cayeran. Pues al viento le valió un soberano carajo y nos los volvió a tirar. Toda la noche se estuvieron escuchando putazos de los objetos arrastrados por el viento al golpear con las casas. Hace rato, cuando manejaba por la carretera escénica, me sentía como el conductor de un velero en plena tormenta. Pinche viento movía el carro y yo debía sujetar el volante con fuerza para evitar caer al otro lado de la carretera. Era como si una fuerza superior intentara arrojarnos al mar. Este viento son palabras mayores y bien merecería tener su propio demonio. ¿Cómo debemos bautizar al Pazazu tijuanero?
Una de las caracterizaciones más antiguas del Demonio es la de Pazuzu. Se le representaba en una horrible figura con una cara de perro o bestia descarnada y con cuatro alas en su espalda. La gente solía tener esa figura en sus casas, pero no por que se le venerara, sino porque su aspecto era tan espantoso, que él mismo se asustaba al verse. Esta deidad maldita de los sumerios, evocaba el viento del Sudeste.
Elevar al viento a la categoría del más cruel de los demonios, refleja el pavor que causaban los aires del Sudeste a los antiguos pobladores del Medio Oriente.
Los vientos traían consigo devastadoras tormentas de arena, pestes y epidemias. Bajo el criterio de los sumerios, el viento del Sudeste en el desierto sólo podía ser obra del Maldito. Ahí estaba el cruel Pazazu para representar el horror de esas tormentas.
Esta mañana he pensado que los bajacalifornianos bien podríamos tener nuestro Pazazu particular. Cualquiera que haya estado parado en la costa tijuanense frente a los vientos que provienen del Este, sabrá de que hablo. Se supone que la de hoy no es condición Santa Ana. El santanazo es caliente, seco e intenso. El viento de hoy es tan o más intenso que el Santa Ana, pero frío y picante. Digamos que es un Santa Ana invernal y viene del Este. Cuando el viento proviene del Pacífico, como ocurre normalmente en esta hermosa Península, el aire es fresco, rico, como una caricia cachonda del Océano que Vasco Núñez de Balboa bautizó. Pero cuando el viento sopla del desierto al mar, entonces se torna cruel, devastador e inclemente. Este año ha sido rico en vientos, pero los de anoche se pasaron de la raya. El sábado, Carol y yo habíamos plantado de nuevo nuestros arbolitos y habíamos amasado bien la tierra en torno al tronco para evitar que cayeran. Pues al viento le valió un soberano carajo y nos los volvió a tirar. Toda la noche se estuvieron escuchando putazos de los objetos arrastrados por el viento al golpear con las casas. Hace rato, cuando manejaba por la carretera escénica, me sentía como el conductor de un velero en plena tormenta. Pinche viento movía el carro y yo debía sujetar el volante con fuerza para evitar caer al otro lado de la carretera. Era como si una fuerza superior intentara arrojarnos al mar. Este viento son palabras mayores y bien merecería tener su propio demonio. ¿Cómo debemos bautizar al Pazazu tijuanero?