Mi personalidad Barra Brava
Disfruto mucho cuando los intelectuales se sienten ofendidos con mi personalidad de hooligan barrabravero. Disfruto saber que les ofende saber que prefiero un juego de los Tigres a una novela de Proust, o una exposición de arte. Disfruto que me digan fanático e irracional, lo cual es un pleonasmo. Todo fanatismo es irracional y yo soy fanático de los Tigres. Me asumo como tal. No soy un aficionado consciente o analítico. Cuando juegan otros equipos, incluida la sacrosanta y patriotera Selección Mexicana, me dedico a disfrutar el futbol y soy realista en su análisis. Me gusta mirar el futbol con ojos de director técnico. Pero cuando Tigres juega, la razón es sepultada. Soy simplemente su intolerante barra brava.
Mi afición por ese equipo no se basa en la razón o la cordura. No me hice Tigre como resultado de la lectura de un discurso dialéctico. Ya he dicho en otras ocasiones lo que pienso en torno al fanatismo.
Miles de millones de personas se han matado a lo largo de la historia defendiendo un concepto tan abstracto e irreal como una religión o un credo político. Si la gente se mata por soberanas pendejadas como esa, ¿qué hay de malo en que yo me rompa la madre por una camiseta?
Y sí, lo de romperme la madre es literal. Soy un sobreviviente de muchas broncas de estadio y puedo decir que casi todos los episodios de violencia física que han acontecido en mi vida (después de la secundaria, etapa en la que me di gusto agarrándome a putazos) han tenido por escenario un estadio de futbol.
Recuerdo un Tigres vs Chivas. Ganábamos 2-1 y al último minuto nos marcan un injusto penal. Lo cobra Luis García y anota. Un guey de la porra de Chivas me festejó el gol en la cara y fue tal mi furia, que le escupí un gargajo mocoso en pleno rostro, que dio lugar a una fenomenal madriza colectiva en la tribuna. Repartí y recibí chingazos al por mayor. Como estás tan caliente, ni te duelen.
Recuerdo otra bronca, hace mucho, a mis 15 años, con aficionados de Correcaminos a cuyo camión tiré unas cuantas piedras.
Una vez, viajamos de Monterrey a Torreón para ver un Santos vs Tigres. Íbamos en el camión bien felices con nuestras camisetas y nuestras banderas, pero al llegar al Corona la afición lagunera, que es de armas tomar, nos empezó a tirar meados, cerveza y botellazos. Ahí sí éramos minoría y con toda la humillación de nuestro corazón tuvimos que quitarnos las camisetas al estilo perra brava, pues de otra manera no hubieran dejado de llover proyectiles contra la única mancha amarrilla del estadio.
Recuerdo un Monterrey vs Cruz Azul, en donde la situación fue a la inversa. Cruz Azul marcó el gol de la victoria casi al acabar el partido y yo festejé efusivamente mentándole la madre a la porra de Rayados (sepan ustedes que cada gol contra Rayados, venga de quien venga, lo disfruto como si fuera mío) Por supuesto, la porra de ese maricón equipo, émulo las pasiones aristócratas más pestilentes de mi tierra, se dejó venir en putiza a romperme la madre. Intervino seguridad y todavía al final del juego me los volví a encontrar en Avenida Garza Sada, luego de que mi compa Villasaéz y yo tuvimos que salir por patas ante la lluvia de botellas y hielazos (lo peor es que Villasáez es rayado, pero tenía que cargar con mis afrentas hacia la porra de su propio equipo) En realidad, muchas de mis broncas futboleras acontecen como consecuencia del enorme disfrute que me genera agredir a los rayaditos. Algunas veces les he tirado huevazos cuando salen del estadio y jamás pierdo oportunidad de reírme en su cara de sus derrotas.
En fin, recordar estas épicas hazañas hooliganescas me ha puesto de excelente humor. Nunca iría a una guerra como soldado 8como reportero me muero de ganas), nunca pertenecería a un partido político ni me mataría por un credo, pero siempre estaré dispuesto a dar y recibir baños de cerveza y patadas en un estadio. Sólo quien ha vivido esa odisea sabe que es parecido a un orgasmo.
Y ARRIBA LOS TIGRES CABRONES y ojalá, por el bien de la comunidad, que esta noche no se cruce algún inoportuno tuzo en mi camino.
Disfruto mucho cuando los intelectuales se sienten ofendidos con mi personalidad de hooligan barrabravero. Disfruto saber que les ofende saber que prefiero un juego de los Tigres a una novela de Proust, o una exposición de arte. Disfruto que me digan fanático e irracional, lo cual es un pleonasmo. Todo fanatismo es irracional y yo soy fanático de los Tigres. Me asumo como tal. No soy un aficionado consciente o analítico. Cuando juegan otros equipos, incluida la sacrosanta y patriotera Selección Mexicana, me dedico a disfrutar el futbol y soy realista en su análisis. Me gusta mirar el futbol con ojos de director técnico. Pero cuando Tigres juega, la razón es sepultada. Soy simplemente su intolerante barra brava.
Mi afición por ese equipo no se basa en la razón o la cordura. No me hice Tigre como resultado de la lectura de un discurso dialéctico. Ya he dicho en otras ocasiones lo que pienso en torno al fanatismo.
Miles de millones de personas se han matado a lo largo de la historia defendiendo un concepto tan abstracto e irreal como una religión o un credo político. Si la gente se mata por soberanas pendejadas como esa, ¿qué hay de malo en que yo me rompa la madre por una camiseta?
Y sí, lo de romperme la madre es literal. Soy un sobreviviente de muchas broncas de estadio y puedo decir que casi todos los episodios de violencia física que han acontecido en mi vida (después de la secundaria, etapa en la que me di gusto agarrándome a putazos) han tenido por escenario un estadio de futbol.
Recuerdo un Tigres vs Chivas. Ganábamos 2-1 y al último minuto nos marcan un injusto penal. Lo cobra Luis García y anota. Un guey de la porra de Chivas me festejó el gol en la cara y fue tal mi furia, que le escupí un gargajo mocoso en pleno rostro, que dio lugar a una fenomenal madriza colectiva en la tribuna. Repartí y recibí chingazos al por mayor. Como estás tan caliente, ni te duelen.
Recuerdo otra bronca, hace mucho, a mis 15 años, con aficionados de Correcaminos a cuyo camión tiré unas cuantas piedras.
Una vez, viajamos de Monterrey a Torreón para ver un Santos vs Tigres. Íbamos en el camión bien felices con nuestras camisetas y nuestras banderas, pero al llegar al Corona la afición lagunera, que es de armas tomar, nos empezó a tirar meados, cerveza y botellazos. Ahí sí éramos minoría y con toda la humillación de nuestro corazón tuvimos que quitarnos las camisetas al estilo perra brava, pues de otra manera no hubieran dejado de llover proyectiles contra la única mancha amarrilla del estadio.
Recuerdo un Monterrey vs Cruz Azul, en donde la situación fue a la inversa. Cruz Azul marcó el gol de la victoria casi al acabar el partido y yo festejé efusivamente mentándole la madre a la porra de Rayados (sepan ustedes que cada gol contra Rayados, venga de quien venga, lo disfruto como si fuera mío) Por supuesto, la porra de ese maricón equipo, émulo las pasiones aristócratas más pestilentes de mi tierra, se dejó venir en putiza a romperme la madre. Intervino seguridad y todavía al final del juego me los volví a encontrar en Avenida Garza Sada, luego de que mi compa Villasaéz y yo tuvimos que salir por patas ante la lluvia de botellas y hielazos (lo peor es que Villasáez es rayado, pero tenía que cargar con mis afrentas hacia la porra de su propio equipo) En realidad, muchas de mis broncas futboleras acontecen como consecuencia del enorme disfrute que me genera agredir a los rayaditos. Algunas veces les he tirado huevazos cuando salen del estadio y jamás pierdo oportunidad de reírme en su cara de sus derrotas.
En fin, recordar estas épicas hazañas hooliganescas me ha puesto de excelente humor. Nunca iría a una guerra como soldado 8como reportero me muero de ganas), nunca pertenecería a un partido político ni me mataría por un credo, pero siempre estaré dispuesto a dar y recibir baños de cerveza y patadas en un estadio. Sólo quien ha vivido esa odisea sabe que es parecido a un orgasmo.
Y ARRIBA LOS TIGRES CABRONES y ojalá, por el bien de la comunidad, que esta noche no se cruce algún inoportuno tuzo en mi camino.