Eterno Retorno

Thursday, November 13, 2003

Pasos de Gutenberg
Malebolge
Pablo Soler Frost
TusQuets Editores

Por Daniel Salinas

Malebolge es la palabra con la que Dante llamó al remolino del Infierno en la Divina Comedia. Un hervidero caótico y amorfo en donde los gritos de los condenados se confunden con las risotadas de los demonios.
El escritor mexicano Pablo Soler Frost no encontró un mejor término para titular una novela que también habla de una suerte de remolino infernal.
Pero a diferencia de las escalofriantes escenas narradas por el poeta florentino en su obra cumbre, el Malebolge de Soler Frost nos conduce a través de una espiral maligna que se va gestando en la cabe-za de su personaje, el joven Friederich Jensen y de un país, Alemania.
De entrada, Malebolge es una obra escurridiza que se niega a ser encadenada en alguna clasificación.
Una definición demasiado simple, sería limitarse a señalar que se trata de una novela que habla sobre la vida de un joven fotógrafo y navegante de la Alemania nazi cuyos sentimientos se van tornando malvados como consecuencia de un severo complejo edípico y una decepción amorosa.
Pero con Soler Frost uno se puede esperar de todo menos frivolidad y simpleza. Hay que aclarar que nos encontramos ante un autor de erudición casi borgeana que supo aderezar una novela bastante corta, con una buena dosis historia y algo de filosofía.
De entrada, nunca queda demasiado claro quién es ese narrador en apariencia omnisciente que nos cuenta la vida de Friedrich con ocasionales y brevísimas intervenciones en primera persona.
Al empezar la novela caí en la tentación de pensar que Soler Frost estaba irremediablemente conta-giado de ese efecto germanizante que puso tan de moda Jorge Volpi con el deslumbrante éxito de su Klingsor y que siguió Ignacio Padilla con su Amphitryon.
Después me dio por creer que el autor rendía una suerte de homenaje satírico a autores como Her-mann Hesse o Thomas Mann. Y es que es imposible no encontrar ciertos paralelismos con Demian o Doctor Faustus, novelas que tienen como eje argumental una entrañable amistad entre dos adoles-centes alemanes en los albores del Reich.
La diferencia con Sinclair y Demian o con Adrián Leverkhun y el narrador de Faustus, es que Frede-rich se enamora de su mejor amigo y a la postre es esta pasión homosexual la que lo arroja por un sedero de decadencia moral que es paralelo a la incubación del odio nazi en las cabezas de los ale-manes.
Sin duda, lo más delicioso de la lectura de Malebolge son los juegos de lenguaje empleados por el na-rrador y sus radicales cambios de ritmo. Párrafos escritos en una prosa que peca de extrema elegan-cia, cargados de figuras casi poéticas, desembocan de pronto en expresiones vulgares.
Es precisamente este intencional y bien dosificado choque estilístico, el que arranca a Malebolge de la frialdad propia de los textos eruditos.
Aunque el fuerte de Soler Frost es el brevísimo relato o el aforismo, su incursión en la novela corta resulta más que favorable.
Después de todo, no cualquier escritor que no sea japonés puede presumir tener entre sus fieles lec-tores a un creador de la estatura intelectual de Mario Bellatin, su admirador confeso.
El autor de Malebolge, que se autodefine como un católico que escribe y no como un escritor católico, es una de las plumas menos convencionales de la literatura mexicana. Un narrador atípico que parece sacarle la lengua a géneros y corrientes previamente clasificadas. En suma, una grata e im-probable sorpresa.