A la chingada con su retórica benevolente; yo no creo en el capitalismo con rostro humano. El concepto es en si mismo una total contradicción. El capitalismo no puede aspirar, bajo ninguna cir-cunstancia, a colocar un sentimiento humanitario por encima de su única deidad omnipotente que es, por supuesto, el capital.
Es absolutamente utópico pensar que un sistema basado en la producción y acumulación de riquezas sea capaz de privilegiar a un ser humano aún a costa de sacrificar la ganancia de dinero.
Por ello coincido plenamente con Angelópolis cuando señala que en este juego no caben lamentos hipócritas. Una vez que has sellado tu pacto con el capitalismo y has aceptado entrar al juego, tienes que admitir sus reglas. Que iluso sería pensar que en esta relación pueda haber algo más que el des-carado y bajo interés. Sería tanto como esperar o exigir amor y fidelidad incondicional a una puta que levantaste hace media hora en la Zona Norte. Aunque en la relación empresa – empleado este úl-timo está condenado a ser la puta- Ya lo dije en anteriores intervenciones: Todo aquel que trabaja para una empresa se prostituye. Tú, el empleado, estarás condenado a ser siempre la ramera que fue recogida de la calle y la empresa te podrá exigir cualquier capricho que se le venga en gana: -Arrodíllate, chúpamela, abre el culo, lame mi semen del piso- ¿No quieres? ¿Es indigno? Pues te vas mucho la chingada con una soberana patada en tu fondillo. Total, hay chingomil rameras como tú haciendo fila en la calle, listas a arrojarse al piso para recibir mis latigazos. ¿Para qué asustarte en-tonces? Hasta dónde tengo entendido, trabajas por un sueldo, una raya que te permita tener un esta-tus clasemediero, ciertos privilegios, un papel en el jueguito idiota del consumo y que yo sepa, no trabajas pensando en hacer grande a una empresa. Ella a su vez te atrapa y te conservará en la medida que tu trabajo le genere ganancias mayores a lo que te paga. El día que dejes de ser negocio, serás arrojado. Esa es la ley suprema y así lo debemos entender quienes jugamos este pinche juego.
Es absolutamente utópico pensar que un sistema basado en la producción y acumulación de riquezas sea capaz de privilegiar a un ser humano aún a costa de sacrificar la ganancia de dinero.
Por ello coincido plenamente con Angelópolis cuando señala que en este juego no caben lamentos hipócritas. Una vez que has sellado tu pacto con el capitalismo y has aceptado entrar al juego, tienes que admitir sus reglas. Que iluso sería pensar que en esta relación pueda haber algo más que el des-carado y bajo interés. Sería tanto como esperar o exigir amor y fidelidad incondicional a una puta que levantaste hace media hora en la Zona Norte. Aunque en la relación empresa – empleado este úl-timo está condenado a ser la puta- Ya lo dije en anteriores intervenciones: Todo aquel que trabaja para una empresa se prostituye. Tú, el empleado, estarás condenado a ser siempre la ramera que fue recogida de la calle y la empresa te podrá exigir cualquier capricho que se le venga en gana: -Arrodíllate, chúpamela, abre el culo, lame mi semen del piso- ¿No quieres? ¿Es indigno? Pues te vas mucho la chingada con una soberana patada en tu fondillo. Total, hay chingomil rameras como tú haciendo fila en la calle, listas a arrojarse al piso para recibir mis latigazos. ¿Para qué asustarte en-tonces? Hasta dónde tengo entendido, trabajas por un sueldo, una raya que te permita tener un esta-tus clasemediero, ciertos privilegios, un papel en el jueguito idiota del consumo y que yo sepa, no trabajas pensando en hacer grande a una empresa. Ella a su vez te atrapa y te conservará en la medida que tu trabajo le genere ganancias mayores a lo que te paga. El día que dejes de ser negocio, serás arrojado. Esa es la ley suprema y así lo debemos entender quienes jugamos este pinche juego.