Discos irrepetibles
Un eterno baño de sangre
Reign in Blood
Slayer
Por Daniel Salinas Basave
Hay momentos en la creación humana que son irrepetibles. Instantes de inspiración en los que se logra una suerte de catarsis, un Carpe Diem absoluto.
Hay discos o libros que no solo marcan de por vida a un creador sino a todo un movimiento y que se transforman en una suerte de Biblia.
Así como una obra literaria, el Joven Werther de Goethe, fue el clímax del romanticismo alemán y un disco como Sgt. Peppers de los Beatles se convirtió en el icono de una generación y un movimiento, hay un album que es sin duda la piedra angular y la apoteosis de todo lo que huela a metal extremo: El Reign in Blood de Slayer.
Grabado en 1986 y producido por Rick Rubin, este álbum es el punto de referencia obligatorio para todo aquel que pretenda merodear en los terrenos de los géneros musicales pesados.
Menos de media hora de duración total repartida en 10 canciones, constituyen la obra maestra de Kerry King, Dave Lombardo, Tom Araya y Jeff Hanneman.
Un verdadero opus de furia, brutalidad y tinieblas, una epopeya del horror humano, un néctar con-centrado de las peores y más alucinantes pesadillas. Nazismo, satanismo, blasfemias, epidemias, ase-sinato en serie, constituyen la lírica de esta obra.
Con este disco se hacen pedazos todas las fronteras y es que digan lo que digan, cualquier fanático o músico del thrash, black, speed o death metal debe amamantar toda su leche materna del Reign in Blood, un álbum único, inmortal e irrepetible.
Los años pasan, nuevas bandas brotan, otras desaparecen y el Reign in Blood sigue sin conocer su fecha de caducidad.
El mismo Slayer ha sacado discos fenomenales posteriores a su obra maestra, como el Seasons in the Abyss o su actual God Hates Us All, pero lo cierto es que el Reign in Blood sigue siendo el sagrado (¿o deberíamos decir maldito?) altar de sacrificios
Un desgarrador grito de Tom Araya abre las puertas del Infierno y antecede, cual diabólico preludio, a la primera palabra de este museo de los horrores: Auschwitz
Hemos entrado a los dominios del Ángel de la Muerte, Joseph Mengele, a quién está dedicada la canción que pone en marcha la masacre.
Con sus casi cinco minutos de duración, Angel of Death es la rola más larga del álbum y se ha trans-formado en el himno de batalla de Slayer.
Terminada la overtura, entramos a un territorio de rapidez machacante y demencial en la que la ba-tería de Lombardo simplemente no tiene clemencia.
Piece by Piece, Necrophobic, la infernal Altar of Sacrifice y la sarcástica Jesus Saves transcurren co-mo una tormenta implacable.
El terremoto toma un breve respiro con el lento bataqueo que introduce a Criminally Insane, pero re-toma la velocidad, aún con mayor intensidad, en Reborn y Epidemic.
Entramos entonces a la recta final del álbum, que es a mi juicio la zona más contundente. La siniestra entrada de Postmortem es algo más que un orgasmo auditivo.
Confieso que me cuesta mucho trabajo elegir una, pero si alguien me pregunta cuál es mi rola favorita de Slayer, mi respuesta es Postmortem.
Una pieza cuyos primeros dos minutos mantienen un ritmo constante y semi lento que de repente, sin decir fuego va, desemboca en una catarsis demencial.
Esta apoteosis de brutalidad sólo puede concluir con el estallido de una tormenta. Justo cuando la batería parece a punto de destrozar las bocinas se escucha un trueno y sonar de una lluvia, que por supuesto no es de agua, sino de sangre.
El efecto de lluvia transcurre durante poco más de un minuto en el que apenas se escucha un inter-mitente tamborileo de fondo hasta que King da paso a uno de los riffs más celebres del metal, que in-troduce a la pieza final: Raining Blood.
Un repentino trueno, aún más fuerte que el anterior interrumpe drásticamente la canción en su punto catárquico. Luego de semejante orgía de caos y devastación, solo queda el arrullo de una lluvia que baña al mundo de sangre.
Un eterno baño de sangre
Reign in Blood
Slayer
Por Daniel Salinas Basave
Hay momentos en la creación humana que son irrepetibles. Instantes de inspiración en los que se logra una suerte de catarsis, un Carpe Diem absoluto.
Hay discos o libros que no solo marcan de por vida a un creador sino a todo un movimiento y que se transforman en una suerte de Biblia.
Así como una obra literaria, el Joven Werther de Goethe, fue el clímax del romanticismo alemán y un disco como Sgt. Peppers de los Beatles se convirtió en el icono de una generación y un movimiento, hay un album que es sin duda la piedra angular y la apoteosis de todo lo que huela a metal extremo: El Reign in Blood de Slayer.
Grabado en 1986 y producido por Rick Rubin, este álbum es el punto de referencia obligatorio para todo aquel que pretenda merodear en los terrenos de los géneros musicales pesados.
Menos de media hora de duración total repartida en 10 canciones, constituyen la obra maestra de Kerry King, Dave Lombardo, Tom Araya y Jeff Hanneman.
Un verdadero opus de furia, brutalidad y tinieblas, una epopeya del horror humano, un néctar con-centrado de las peores y más alucinantes pesadillas. Nazismo, satanismo, blasfemias, epidemias, ase-sinato en serie, constituyen la lírica de esta obra.
Con este disco se hacen pedazos todas las fronteras y es que digan lo que digan, cualquier fanático o músico del thrash, black, speed o death metal debe amamantar toda su leche materna del Reign in Blood, un álbum único, inmortal e irrepetible.
Los años pasan, nuevas bandas brotan, otras desaparecen y el Reign in Blood sigue sin conocer su fecha de caducidad.
El mismo Slayer ha sacado discos fenomenales posteriores a su obra maestra, como el Seasons in the Abyss o su actual God Hates Us All, pero lo cierto es que el Reign in Blood sigue siendo el sagrado (¿o deberíamos decir maldito?) altar de sacrificios
Un desgarrador grito de Tom Araya abre las puertas del Infierno y antecede, cual diabólico preludio, a la primera palabra de este museo de los horrores: Auschwitz
Hemos entrado a los dominios del Ángel de la Muerte, Joseph Mengele, a quién está dedicada la canción que pone en marcha la masacre.
Con sus casi cinco minutos de duración, Angel of Death es la rola más larga del álbum y se ha trans-formado en el himno de batalla de Slayer.
Terminada la overtura, entramos a un territorio de rapidez machacante y demencial en la que la ba-tería de Lombardo simplemente no tiene clemencia.
Piece by Piece, Necrophobic, la infernal Altar of Sacrifice y la sarcástica Jesus Saves transcurren co-mo una tormenta implacable.
El terremoto toma un breve respiro con el lento bataqueo que introduce a Criminally Insane, pero re-toma la velocidad, aún con mayor intensidad, en Reborn y Epidemic.
Entramos entonces a la recta final del álbum, que es a mi juicio la zona más contundente. La siniestra entrada de Postmortem es algo más que un orgasmo auditivo.
Confieso que me cuesta mucho trabajo elegir una, pero si alguien me pregunta cuál es mi rola favorita de Slayer, mi respuesta es Postmortem.
Una pieza cuyos primeros dos minutos mantienen un ritmo constante y semi lento que de repente, sin decir fuego va, desemboca en una catarsis demencial.
Esta apoteosis de brutalidad sólo puede concluir con el estallido de una tormenta. Justo cuando la batería parece a punto de destrozar las bocinas se escucha un trueno y sonar de una lluvia, que por supuesto no es de agua, sino de sangre.
El efecto de lluvia transcurre durante poco más de un minuto en el que apenas se escucha un inter-mitente tamborileo de fondo hasta que King da paso a uno de los riffs más celebres del metal, que in-troduce a la pieza final: Raining Blood.
Un repentino trueno, aún más fuerte que el anterior interrumpe drásticamente la canción en su punto catárquico. Luego de semejante orgía de caos y devastación, solo queda el arrullo de una lluvia que baña al mundo de sangre.