Eterno Retorno

Monday, September 22, 2003

Leo con devoción Tinta Roja de Alberto Fuguet. Literariamente no es nada del otro mundo, pero debo confesar que el libro me ha atrapado y en dos patadas llevo casi tres cuartas partes. Después de todo, aunque uno tenga sobredosis de vida diaria en cada uno de sus poros, siempre será seductor abrevar del espejo literario de su devenir cotidiano. El gran mérito de Tinta Roja es su excelente retrato de un viejo periodista. Saúl Faúndez justifica por si sólo las 409 páginas de este libro, cuya prosa y estructura, repito, no son nada reveladoras. Pero debo aceptar que hasta ahora no había encontrado una versión literaria tan bien lograda de un prototípico personaje del viejo periodismo.
La figura del viejo lobo de mar de las redacciones o periodista de vieja escuela, es casi tan universal como la del mendigo y la prostituta. Es increíble como en el extremo sur del planeta al píe de Los Andes, puede existir un personaje llamado Saúl Faúndez que tiene toda la estructura psicológica y los patrones de conducta de muchos colegas con los que convivo casi a diario aquí en Tijuana. El periodista de vieja escuela es, en casi todos los casos, un personaje propio de novela picaresca española. De hecho el ser pícaro, astuto y algo barbaján, son condiciones propias del viejo periodista y son atributos necesarios para sobrevivir en el infecto pantano en que chapotean.
Me hubiera gustado leer Tinta Roja cuando empezaba en este oficio. Creo que me hubiera incluso servido. Desde aquí me permito recomendarlo como texto de apoyo a todos aquellos que deseen dedicarse al periodismo. Leer las andanzas de Saúl Faúndez me hace retomar el amor por este oficio.
Aunque en más de una ocasión he despotricado contra los periodistas de vieja escuela, debo reconocer que su audacia y sagacidad es digna de admirar y ninguna cátedra es capaz de inculcarla por arte de magia.
Hace poco escribí un comparativo burlón entre el periodista de vieja escuela y el periodista de estilo ejecutivo, pero preferí no publicarlo en el blog para no herir susceptibilidades. Ambos pueden caricaturizarse, aunque es más divertido el vieja escuela. Yo fui formado en la catedral del periodismo ejecutivo, concretamente en la calle Washington esquina con Zaragoza en Monterrey. Una redacción de directivos obsesionados por las encuestas, los sondeos, las gráficas, las clasificaciones bursátiles, las cifras, las tablitas y las corbatas caras, pero he convivido muy de cerca con los periodistas de vieja escuela. Si cubres policíaca, es imposible sobrevivir sin ser viejo zorro de colmillo retorcido. Algo tienes que aprenderles, aunque los odies. De nada te sirve el estilo ejecutivo cuando se la matazón anda de parranda.
Leer Tinta Roja me ha llevado a reflexionar sobre algunos aspectos de mi oficio que podrán servir como guía a aquellos ilusos que sueñan con entrar este terrible estilo de vida.
Conste que lo dice Saúl Faúndez: El periodismo como la prostitución se aprende en la calle- Honestamente, amigos míos, estudiar comunicación no sirve de una chingada. Yo jamás en mi vida he tomado ni siquiera un tallercito de periodismo y ya llevo 10 años en esto. Tres haciendo pininos y cagazón y media en una suigeneris estación de radio que permitía a unos mocosos hacer y deshacer un programa nocturno sin el menor profesionalismo, aunque con todo y todo batimos record de llamadas. Los otros siete los he pasado metido dentro de una redacción
Soy un licenciado en Ciencias Jurídicas, absolutamente empírico en esto del periodismo y para ser honesto, no creo que ningún comunicólogo recién graduado con promedio de excelencia sea capaz de explicarme a mí como hacer un reportaje. Saúl Faundez desprecia a los periodistas universitarios. Yo no los desprecio, pero creo que con o sin carrera te puedes dedicar a esto, seamos honestos.
Hace falta mucha humildad, mucho coraje y muchos huevos para dedicarse a esto. A la chingada con las pedanterías intelectuales. Cuando yo empecé en periodismo escrito era un soberbio y ello me costó dar muchos tropezones.
Lo peor que puedes hacer al llegar a una redacción es creerte un literato y jurar que periodismo y literatura van de la mano. Te ves demasiado estúpido pensando que tu sólida cultura general y tu discurso elegante serán llaves más que suficientes para derribar barreras. Lo dice un veterano, quien ya tropezó con esa piedra alguna vez, pero jura no volverse a tropezar-