Esta frase que escribí hace poco en el este espacio, ilustra lo que siento y da luz sobre mi enfermiza afición a aquellos hombres de letras que consideran la pasión futbolística como un acto pueril y vulgar.
Mi doble vida futbolera
Para mi el futbol se divide en Tigres y el resto. Con Tigres soy un simple aficionado irracional que es capaz de torturarse con juegos pésimos o simplemente soporíferos y aún así seguir apoyando incondicionalmente a su equipo. Tigres no me ha convencido en miles de juegos, pero esto va más allá de una afición. En mi fase Tigre, no me precio de ser un conocedor, sino un vil hooligan barrabravero que se parte el alma por su equipo.
Con el resto de los equipos del planeta (con excepción de Rayados al que odio con fervor), me precio de ver el futbol con mentalidad de director técnico ajeno a toda pasión.
Por ello disfruto más viendo el futbol de otras latitudes que el de mi país. En promedio, veo más partidos de la las ligas de España, Inglaterra, la Champions y la Libertadores que de México. De ahí el único imperdonable es el de Tigres.
Se que es absurdo empeñar buena parte de la energía y las endorfinas en una camiseta que hace 21 años no gana una liga en Primera División, pero igualmente absurdo es matarse por una religión o por un partido político o enajenar la vida entera como esclavo de una empresa. La vida en sí, es absurda y el absurdo no tiene categorías en lo general. Sí en lo particular. El futbol es mi absurdo favorito, aunque pensándolo bien, también me gusta la literatura y vaya que es absurda esa pasión.