Clásico regio
Siempre lo soñé. Desde mi infancia y hasta ahora. A lo largo de los muchísimos años que llevo siguiendo el rodar de un balón y portando una camiseta amarilla y azul. Tal vez lo deseaba, tal vez lo temía. En el fondo lo consideraba imposible, pero aquí está y ya no hay vuelta de hoja. Tigres y Rayados disputarán la semifinal. Estoy excitado y nervioso. Me cuesta trabajo pensar en otras cosas. Desde su frente jarocho, Luis Hernández, alguien que tiene mucho que ver con la historia futbolística de la ciudad, volvió a inscribir su nombre en el Clásico. No solo fue el primer jugador que anotó un gol en este juego vistiendo ambas camisetas sino que su penal contra el Atlante nos puso frente a frente.
Hoy puedo tener la certeza y saber que dentro de seis días se inscribirá en la historia futbolística una página que recordaré por el resto de mi vida. Es terrible saber que el próximo sábado a las 17:00 (tiempo de Tijuana) cuando el árbitro silbe el final estallará en mi una euforia absoluta o una tristeza inconsolable. Se que el sábado recibiré una descarga de felicidad capaz de darme dosis extremas de energía y optimismo o una desolación de la que me será difícil levantarme rápidamente. Lo que es un hecho es que lo que suceda en la cancha tendrá repercusiones fuertes en mi estado de ánimo. Sí intelectuales, ya lo se; es absurdo dar importancia a un juego que es un espectáculo de masas que no tiene otros fines que los comerciales. Ya se que no es lógico que algo así pueda influirme de tal manera, pero ni pidiendo auxilio a un arsenal de racionalidad me sería dado permanecer indiferente ante este clásico. Para mi una cosa es el futbol y otra los Tigres. Aquí no soy ni racional ni analítico.
De no ser porque la adquisición de la casa nos ha forzado a una etapa de cinturón apretado, ya estaría en este momento com-prando mi boleto de avión a la Sultana. No aventuro a dar un pronóstico. Ahora sí que cualquiera de los dos puede ganar. La única diferencia que inclina la balanza la propicia el reglamento. Rayados tiene a su favor el empate. Cuando el árbitro pite el silbatazo inicial en el partido de ida ellos irán ganando con el 0-0. Nosotros necesitamos ganar, ellos empatar. El reglamento los favorece. Ahora pienso en los puntos perdidos, en esos empates de último minuto. Bastaría un punto más para poder cerrar en casa y con el empate a favor. Tal vez opere en contra, tal vez a favor. Nosotros requerimos arriesgar, ellos cuidar. Tenemos una gran circulación de pelota, una innegable solidez defensiva, una buena dosis de frialdad y un reordenamiento mecánico e inmediato para jugar sin pelota. Kleber y Mineiro están llegando a su forma y van en plena alza, Gaitán recupera su toque, Dautt está seguro, Hugo Sánchez hace que no extrañe a Claudio Suárez, pero triunfar costará sangre, sudor y lágrimas. Hasta el minuto 180 nadie podrá dormir en sus laureles.
Para los no regiomontanos debe ser difícil comprender esto y no puedo explicarlo con palabras. Esto es mucho más que futbol, mucho más que un pasatiempo. Estos partidos los sufro. Será una liturgia de nervios y euforia. Soy parte de unos colores y solo pienso en ganar a toda costa y a como de lugar. Con Tigres las medias tintas son una falacia.
Tijuana y Monterrey
El clásico regio me ha hecho pensar en mi tierra y lo mucho o poco del polvo del Río Santa Catarina que yace incrustado en mi alma. Monterrey siempre será una especie de llaga, un tatuaje por momentos borroso pero omnipresente. Una dificil relación la que he llevado con mi ciudad natal, relación que ni yo mismo entiendo del todo.
Soy un regiomontano obsesionado con el autoexilio, que encuentra placer en consumar divorcios con su ciudad. Muchas veces he dicho que nací en Monterrey por algún error geográfico de la Madre Naturaleza y sostengo que de haber podido escoger nacer en otra ciudad, sin duda lo hubiera hecho.
Su clasismo estúpido, su manía enfermiza por competir, su doble moral, su complejo aristocrático, su hipócrita catolicismo y su obsesión por los apellidos son cosas que por fortuna he dejado muy atrás, además, por supuesto, de su infernal calor.
Pero es innegable que llevo conmigo tatuajes regios que jamás podré borrar. Mi fanatismo por los Tigres es el más notorio, pero también está mi manía ahorrativa, la vocación por el trabajo, el gusto por la cerveza, la pasión por las montañas y la música del Piporro. Extraño las vialidades amplias y ordenadas, la formalidad de los servicios y el buen sistema de transporte. Extraño por supuesto a algunos familiares y amigos a los que en verdad adoro. Extraño la oferta educativa y la diversidad de opciones laborales. Extraño sus montañas y el desierto de Icamole. Pero hasta ahí. Con todo su dinero, Monterrey nunca tendrá un mar ni podrá invertir millones en eliminar sus 40 grados de temperatura, motivo suficiente para no querer regresar. No tiene una carretera Escénica ni una Cenicienta del Pacífico aguardando a una hora de distancia (deben conformarse con la mierdoza Isla del Padre capital del tedio burgués) Tampoco hay tacos de pescado ni clamatos con almejas. No tiene un Valle de Guadalupe en las cercanías ni produce los mejores vinos tintos de América.
De Tijuana a Monterrey en igualdad de circunstancias laborales y económicas, siempre preferiré Tijuana. Para que regrese a la Sultana tendría que ser porque quedase yo en la más absoluta miseria y sin alternativa laboral en esta ciudad, o bien que tuviera una opción de hacer crecer mi economía de manera radical y notoria y aún así lo pensaría mucho. Yo quiero quedarme a vivir en Tijuana. Esta ciudad me ha adoptado, la considero mía y en ella deseo permanecer. Me gusta su diversidad, su tolerancia, sus contrastes, su ausencia de culpas y remordimientos y su vacuna contra los complejos aristocráticos. Tijuana tiene espíritu. Es cierto, aún no comprendo que diablos le encuentran de divertido al beisbol y a la música electrónica, pero aún así yo me he enamorado de esta ciudad y ningún enamoramiento, que yo sepa, es racional.
Feria del libro
Primera incursión a la Feria del Libro en tiempos de extrema austeridad. Nada nuevo bajo el sol. Hasta la ubicación de los puestos es la misma que el año pasado. Las ferias del libro son una falacia, aunque no pierden su vocación de buen pretexto.
Uno no ahorra un carajo y rara vez se encuentra algo que no encontraría cualquier domingo aburrido en Sanborns. Llueven recetarios de magia y ciencias ocultas, consejos de belleza, parafernalia motivacional y clásicos en ediciones baratas.
La Librería del Artesano de Ensenada sigue ofreciendo los mejores títulos, pero también por desgracia los más caros. La tercera muerte de Dios en 340 pesos. Carajo, está bien que son libros difíciles de encontrar, pero eso asusta a mi regiomontano bolsillo.
En este primer merodeo pude cazar Molloy de Samuel Beckett en editorial Lumen y El sótano de Thomas Bernhard en Anagrama. Vista la situación tal vez sean mis únicas adquisiciones. Me quedo con ganas del ensayo sobre Palestina de Miguel Ángel Bastenier, tal vez Ébano de mi colega Kapuscinsky, Nocturno de Chile de Bolaños, Leviatan de Auster, algunos cuentos de Lovecraft en 27 pesos y Animal tropical de Pedro Juan Gutiérrez. Tal vez el viernes ceda a la tentación y acabe por cazar un ejemplar más. Por ahora Bernhard y Beckett me aguardan con ansias sobre mi escritorio.