Eterno Retorno

Monday, April 28, 2003



Estoy crudo. Pronunciar esta oración en lunes vendría a ser un pleonasmo. La cruda es el estado natural de los lunes. Un ate-rrizaje forzoso al áspero mundo de mis responsabilidades. Beber los domingos por la noche es tan delicioso. Pero despertar el lunes es la crucifixión de la cotidianidad.
El domingo Carolina y yo salimos de casa a ver el atardecer al malecón. Habíamos pasado en la cama todo el domingo y el cuerpo ya reclamaba paseo. Llegando al malecón Nos sentamos en la terraza de El Pescadito con nuestras respectivas cervezas. El sol se puso, pero la llegada de la noche y el aire gélido no impidió que bebiésemos dos cervezas más. Nos retiramos de la playa con noche cerrada y cagándonos de frío. Fuimos entonces al Giuseppis. Los meseros ya nos conocen. Botella de tinto, pizza rústica y ensalada de espinacas. Suculento. De regreso a casa y con el vino ya bien asentado, mi tercera persona dionisiaca exigió música. Luego entonces puse un buen rock. Mötorhead para empezar, luego Rolling Stones, Blackshine, Strokes y hasta la versión de sweet dreams en voz en Marilyn Manson. Ahora que reconstruyo los hechos caigo en al cuenta de que me cargaba una peda rica, muy agradable. Cuando Dionisio me empieza a bailar en la cabeza mi primera reacción es poner música. Mucha música y a muy alto volumen. Mis vecinos lo saben y deben de odiarme.
El fin de semana transcurrió apacible. El viernes compré una botella de vodka y ya casi le doy piso. Donde no estén ustedes de Castellanos Moya está reverendamente chingón. Palabras mayores. Tigres me robó dos horas de mi vida y a cambio me dio un soporífero 0-0 con Atlas. Luego de ver Manchester vs Madrid y el Ajax vs Milán , empecé a caer en una terrible depresión al ver el mediocre nivel futbolístico mostrado por mi equipo. Fuimos el sábado por la tarde a la que será nuestra casa en Hacienda del Mar. Ahí va, poco a poco.

Por la mañana, desperté diciéndome a mi mismo: “No, no estoy crudo”. Pero era inocultable. Yo estaba. irremediablemente crudo. Para colmo, en las calles me aguardaba un tráfico de la ostia. 7:45 de la mañana. Yo y mi cruda dentro del carro. Yo con unos lentes que quien sabe de donde salieron. Mi cruda martirizando mi cabeza con un tridente de demonio. Carros por aquí, carros por acá. Semáforos anudados, agentes de tránsito estorbando divinamente. Por la ventana la voceadora toda vestida de naranja ofrece Frontera. En la portada mi “novedoso” reportaje: “Ahoga tráfico a los tijuanenses”. La voceadora alza el ejemplar y desde la ventana miro la frase suspendida en el aire en medio de la sinfonía del claxon en caos mayor. “Ahoga el tráfico a los tijuaneses” leemos todos, ahogados en ese río de desesperación y estrés. Más que una cuestión informativa, me resulta una sentencia infernal. Avanzo lentamente. Llegar a la Vía Lenta es un suplicio. Subo el stereo a todo lo que mis bocinas lo permiten. Escucho Accept, Balls to the wall. Un heavy metal absolutamente ortodoxo. Pienso en mi reportaje. La cuestión del tráfico es una condena que debemos admitir con resignación. Podría publicar mil reportajes sobre el tráfico. Las calles jamás se vaciarán. El infierno nos aguarda cada mañana. Debí mejor escribir la historia de este hombre crudo, desvelado y encabronado, que hace esfuerzos por moverse en las calles de Tijuana para llegar a su trabajo y que encomienda su salvación a las descargas decibélicas de un buen heavy metal. Pero no hay rescate alguno a la vista. Ahora solo me queda encomendarle al blog la tarea de liberarme de este lunes.



Jorge Morales ha ganado con toda justicia el premio nacional de periodismo por la entrevista a Ramón Arellano. Me da mucho gusto, sobre todo por él y también por el periódico. Este es el primer premio que obtiene Frontera en materia informativa. Había obtenido un par de premios de diseño, pero ni uno de reportaje. El premio me recuerda una vez más que Frontera no ha sabido valorar a sus periodistas. Los mejores reporteros que han pisado esta redacción han emigrado, como fue el caso de Jorge. A otros los han reventado o les han puesto la mesa para que se vayan. Y a aquel que tiene mucho más de empleado de oficina que de periodista es transformado de la noche a la mañana en pivote de la redacción. Así de injusta suele ser la vida. Por lo demás, debo confesar que algo que me proporciona especial regocijo es imaginar el intestino de Blancornelas retorcido de envidia. Lo siento viejito, pero no solo de leyendas viven los lectores.