De la nada apareció ayer mi amigo Hugo Sotelo. Carga consigo un acento regio feroz. Si el Cerro de la Silla hablara sin duda tendría el acento de Hugo Sotelo. Hugo pidió posada en nuestra casa por una noche. Desde hace tres semanas trabaja en el Proyecto Cóndor, en la sierra de San Pedro Mártir. Por su descripción, deduzco que habita en el mismísimo Corazón de las Tinieblas, a muchas horas de terraceria de la civilización. Está absolutamente convencido de que se quedará a vivir ahí. No viene de paso, no viene por mientras, no viene a ver que pedo. Viene a vivir a la sierra y está feliz. Su vida está consagrada al estudio, cuidado y futura liberación de unos cuantos zopilotes californianos en peligro de extinción. Hacía mucho que no hablaba con alguien que tuviese tantas certezas acerca del sentido de su vida.
La actual etapa de mi vida comenzó en abril de 1999 con mi arribo definitivo a Tijuana. La mayoría de las personas que dejé atrás en esa época no han vuelto a verme. Las pocas que me ven me recuerdan que he cambiado.
Sí, lo se, soy la viva imagen de un animal doméstico. Un ente sedentario que ha desterrado los sobresaltos.
Un abrazo sella el encuentro con aquel al que hace años no veías. Los reencuentros te traen retazos de otras épocas. “No has cambiado nada, pero se ve que te ha sentado bien el matrimonio. Los kilitos te delatan”.
Por la noche unas responsables cervezas de entre semana. Anécdotas prófugas, chismografía inevitable, ¿te acuerdas de...? César, por supuesto, hizo acto de presencia. Enganchado como vive a un idílico 1993, no iba a perder la oportunidad de ver a uno de los más significativos personajes de aquella época. A diferencia de Hugo, César no encuentra el sentido de su vida. Hace tiempo que se aburre horriblemente y busca en el Sótano Suizo una revelación astral que cambie su existencia.
Dos horas de recuerdos, punk rock a bajo volumen, paseo nocturno a mirar el mar, cama en el suelo y despedida hoy por la mañana en la caseta de cobro de Playas de Tijuana.
En Tijuana he recibido poquísimas visitas de gente de Monterrey. Me bastan y sobran los dedos de una mano para contarlas. Es bueno platicar con viejas amistades de la Sultana del Norte. De pronto sirve para mirarme de cuerpo completo en un espejo y darme cuenta de lo lejos que está Monterrey de mi. No pienso y no quiero volver a esa ciudad. Me da mucho gusto haberme autoexiliado. Sin rencores, sin odios, sin amores ni círculos inconclusos. Yo ya no pertenezco a esa ciudad. ¿Alguna vez pertenecí?
Mi existencia entera, la crónica del autoexilio, bitácora del no pertenecer, del soy de aquí pero no parezco. Arrastro la consigna hasta en el fenotipo. “Yo pensaba que no hablabas español”, “yo pensaba que eras gringo”. He escuchado infinitas veces esa expresión. Sé que la seguiré escuchando mientras viva. “Usted no es de aquí ¿verdad?” Cuantas veces me han preguntado eso aquí y en mi tierra natal. ¿Influye psicológicamente el que todo mundo te mire como un foráneo perpetuo cuya vida está en otra parte? La historia de mi vida, es la de un eterno entre paréntesis.
La cara de Kafka me sonríe desde la portada de la revista La Tempestad. Todo hace presagiar que voy a comprarla. La hojeo brevemente. Ensayos sobre Conrad, el propio Franz y Nabokov. Temas de lo más apetecibles deambulando entre sus páginas. De pronto me digo que ya basta de lugares comunes. Otra revista de literatura destinada a arrancarme dos días de atención para después amontonarse sobre mi librero. Decido cambiar mis hábitos y sorprenderme a mi mismo. Dejo La Tempestad y compro la National Geographic. La primera gran pasión de mi vida, siendo un niño de preescolar, fueron los animales. Desde entonces mantengo cierto interés por la zoología. Bitácora final: Hoy Shere Khan derrotó a Gregorio Samsa.
Husmeando en las cajas de la Ciruela Eléctrica lo descubro: El Crimson thunder de Hamerfall. Estos suecos son una banda que practica un heavy de lo más ortodoxo y convencional. Algunos le llaman power metal. Para mi es simple y llanamente heavy. Las apuestas lógicas apuntan a que abra mi cartera, pague a Sergio los 100 pesos y corra en busca del primer aparato de sonido que me permita escuchar el trabajo de estos cruzados de Escandinavia. Decido seguirme sorprendiendo. Hoy no es un buen día para comprar el primer disco de mis 29 años. Pese a que traigo efectivo más que suficiente en la cartera, le doy 10 pesos a Sergio y le pido que me lo aparte. Dentro de algunos días, cuando sienta la necesidad, iré por él. Así lo disfrutaré más.
Dice Federico Campbell que decía Pascal: “Hay pensamientos que se van y retornan, pero también los hay que vienen y se van para nunca más volver”. Es cierto. Hay una parvada de pensamientos prófugos de la cárcel de mi imaginación revoloteando en el cielo de Tijuana. Ideas que alguna vez hicieron guiños seductores, se largaron a la chingada con actitud de la puta que ha cobrado su cuota. He buscado aprehenderlos para traerlos a este calabozo bloguero, pero es inútil. Las ideas prófugas se han esfumado. Nunca llegarán al blog. Algún día, soñaré con el blog que pudo haber sido.