Eterno Retorno

Thursday, March 20, 2003


Notas breves por mientras pasa la guerra

Casi nunca leo (y mucho menos compro) libros de “revelaciones” periodísticas. Las verdades sobre el caso Colosio, el asesinato del Cardenal, los nombres ocultos del Fobaproa o lo que usted siempre quiso sobre el salinismo me resultan las formas perfectas del tedio.

De no ser porque me pagan por ello, jamás en mi vida hubiera dedicado cinco minutos a leer, escribir, pensar o reflexionar sobre la política bajacaliforniana. En términos estrictamente personales, me resulta un tópico aburrido, soporífero y sobre todo estéril. Desgraciadamente, tengo que dedicarle todos los días varias horas de mi energía y pensamiento a escribir sobre ello.

Cuando en medio de una relajante carne asada algún amigo o familiar me pide que vierta mis opiniones políticas, me siento tentado a cobrar honorarios. Me sería imposible reflexionar sobre política por el mero gusto de hacerlo.

No hace falta un duro ejercicio de autocrítica para concluir que los periodistas constituimos un gremio despreciable. Basta con un mínimo de sentido común para darse cuenta de ello.

Debo tener anorexia, pero lo cierto es que hace mucho que no siento “el hambre de noticia” propia de todo reportero. Últimamente, si me dan a escoger, prefiero que otros se devoren la noticia por mí. Yo hace rato estoy a dieta.

No me llevo bien con los periodistas de la competencia. Tampoco me llevo bien con los periodistas de casa. En realidad odio a los periodistas. Será por eso que a veces, al más puro estilo Kurt Cobain, me odio a mi mismo.

Produce particulares nauseas el contemplar un funcionario público que en su fuero interno quiere creerse un ente necesario para una sociedad. Siento más aprecio por los que descaradamente se asumen como unos perfectos rufianes.

Las empresas privadas son entes declarada y orgullosamente antidemocráticos. Su sistema de castas y privilegios jerárquicos los acercan demasiado al feudo o al latifundio. En este infierno globalizado, las empresas gobiernan el mundo. Luego entonces, seguimos viviendo en un mundo feudal.

Se supone que vivimos en una nación democrática, pero en ella mi margen de elección es tan deficiente y podrido, que prefiero no ejercer mi derecho al sufragio. De cualquier manera, mi opinión jamás podría cambiar nada.
La empresa donde laboro es particularmente antidemocrática y aquí a diario se toman decisiones que sí atañen a mi existencia y la de mi ser querido. Aún así, mi opinión suele ser lo de menos.
Si me dieran a escoger preferiría vivir en un país de monarquía absoluta y trabajar en una empresa democrática y republicana (decir anarquista sería mucho pedir)

Siempre he detestado el estilo ejecutivo. Será por las nauseas que me provocan las calvas y las corbatas.

Los practicantes del estilo ejecutivo han hecho de las juntas laborales una suerte de liturgia sagrada e intocable más importante que el trabajo mismo. Será porque las juntas son el espacio perfecto para chapotear en los sudores narcicísticos de su incurable pendejez.

Los temas de moda suelen conducirme al aburrimiento con particular rapidez. No han pasado 24 horas del primer ataque y ya me da una hueva espantosa oír hablar de la guerra.

Que aborrecibles resultan los expertos y sabelotodo inherentes a todo tema de moda. Este día me he topado con varios co-nocedores capaces de disertar científicamente sobre misiles y bombas nucleares.


Me gustan los libros de TusQuets. Tal vez esa hermosa presentación en negro y las portadas casi siempre artísticas e ingeniosas han contribuido a mi especial gusto por los autores de su catálogo. Después de todo, la primera impresión cuenta mucho.

En contra parte, cada vez me gustan menos los libros de Alfaguara. Con su afán llamativo, han sido capaces de provocarme un empalague de melcocha.

Bukowski, Welsh y Burroughs, han provocado que el sello Anagrama me evoque necesariamente marginalidad anglosajona, hasta cuando se trata de Martin Amis.

Pocos conceptos han sido tan prostituidos y mal utilizados como Generación X-

- Las prostitutas y los mendigos son los seres más universales que ha parido la historia de la humanidad. Son los únicos que pueden presumir estar siempre al lado del camino “fumando el humo mientras todo pasa”.
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No se si los expertos lo catalogan como un libro policíaco, pero Plata quema de Ricardo Piglia merece ser considerado un non plus ultra del género. Un auténtico no va más de la psicología criminal. Si diera clase en una escuela de criminología no dudaría en recomendarlo a mis alumnos.

Pocos autores infuyen tanto en mi estado de ánimo como Fernando Vallejo. Para las personas que me rodean, suele resultar nocivo que yo lea a ese irreverente colombiano.

Las feministas radicales podrían proponer que me quemaran en leña verde, pero yo he creado el término de literatura doñil para referirme a cierta clase de libros. Las máximas exponentes de la literatura doñil son Marcela Serrano e Isabel Allende. Ángeles Mastretta y Laura Esquivel son sus embajadoras en México. Su hogar natural es la vitrina de Sanborns.

"Que es Teresa? Es...los castaños en flor" de José Pierre es una de las mejores novelas eróticas que recuerdo haber leído en mi vida.

Cuando trabajaba en la Librería Castillo leí una antología de cuentos llamada Erótica femenina. Lógicamente, puros cuentos eróticos escritos por mujeres. Recuerdo con particular antojo el relato Las nalgas de Claudia, una deliciosa apología femenina de la sodomía.

Cuando tenía 13 años de edad empecé a escribir compusivamente cuentos pornográficos con vocación romántica. Estaban para morirse de risa.