Recuerdos washingtonianos
Frente a mi, tengo mi fotografía en la Casa Blanca. Fue tomada el 1 de abril de 2001, cuando todo era paz y buenos deseos en el Mundo. Estoy recargado en una reja negra. Tras de mí se ven los cerezos, los jardines y el hogar del creador y dador de guerra, luciendo petulante el brillo de su blancura inmaculada. Acudí a Washington DC invitado por la Embajada de Estados Unidos en un viaje en el que particiapamos seis periodistas de Baja California. En ese mismo viaje visité el Capitolio y el Pentágono. El acuerdo migratorio marchaba viento en popa. Nadie imaginaba lo que vendría. Caminé mucho por Washington. En las horas libres mandé al carajo a mis colegas (nunca me he llevado bien con los periodistas de la competencia, aunque tampoco con los de casa, en realidad, debo confesarlo, nunca me he llevado bien con los de mi misma especie) y caminé solo por las calles de Washington imaginando el rostro y las vibras de los malos espíritus que habitarían en las paredes de esos blancos edificios con ambiciones de emular un Partenón helénico y una Francia dieciochesca. ¿Que mierdas de planes bélicos se habrían cocinado tras esas paredes? ¿Que enfermos alucinajes imperialistas habrían sido paridos tras esos muros? De cualquier manera, jamás imaginé lo que pasaría cinco meses después.
Recuerdos de Nezayorkas
Y cinco meses después volvía yo a estar en las entrañas del monstruo, pero ahora en condiciones harto distintas. El 15 de sep-tiembre aterrizaba en New Jersey con la misión de cubrir las secuelas de la tragedia.
La gente lloraba y se abrazaba en el avión. El aeropuerto tenía el ambiente de una funeraria. Las paredes de la Gran Manzana estaban tapizadas de fotografías y números telefónicos. Las esquinas, los parques y los andenes del metro regados de flores.
Aunque soy sumamente insensible, el dolor de cierta gente, solo de cierta gente, me pudo. El domingo 23 de septiembre acudí a una oración masiva en el Yankee Stadium. A la entrada regalaban banderitas de los Estados Unidos. Yo iba como periodista y sin embargo sentí que no era correcto rechazarla. Es la única vez en mi vida que he portado conmigo una bandera de las barras y las estrellas. El evento fue repugnante, pletórico en God bless América y de más parafernalia patriotera y puritana. Ahí no sentí tristeza, sentí asco. Un evento mediático, controlado, inducido para hacer llorar a las “buenas conciencias” y motivarlos sentir rencor contra los malvados moros y todos aquellos masiosares del mundo exterior que albergan en sus cabezas sentimientos contrarios a la sacra misión de la tierra de la libertad.
La noche del 28 al 29 de septiembre, gracias al apoyo del grupo Topos México, pude ingresar al Ground 0 no como periodista, sino como rescatista. Fue una noche impactante. Pero ni aún caminando entre los escombros de las Torres Gemelas pude sentir compasión o solidaridad con los Estados Unidos. Me dolían las miles de víctimas, sobre todo aquellos empelados sin nombre que por ser indocumentados no tendrían derecho siquiera a una indemnización, pero ¿solidaridad con Estados Unidos? No, no he podido sentirla. Tienen lo que se merecen. Punto. Si has sembrado odio, odio cosecharás. Lástima por los inocentes pero en Casa Blanca habitan todo tipo de abortos, menos inocentes. De eso sí que podemos estar seguros.