Mis oscuros deseos
Me muero de ganas de poder ver algún día una revuelta masiva en los Estados Unidos. Una revolución sanguinaria que culmine en una carnicería de gringuitos. Nada me haría más feliz que ver a los gabachorrios matándose entre sí, usando toda su capacidad destructiva, su retórica petulante y su circo mediático para hacerse daño mutuamente.
Si pudiera pedir un deseo, desearía que de pronto, en una manifestación de cientos de miles de pacifistas frente a la Casa Blanca, cada uno de los participantes se inyectara de adrenalina, se contagiara del odio que invadió a las turbas parisinas de 1789 y se abalanzara sobre la Casa Blanca como si fuera la Bastilla.
¿Que harían los pobres guardias con su jeta de pambazo? ¿Dispararían contra la multitud para defender a su presidente?
Quisiera ver las turbas destruyendo los jardines de la Casa Blanca, derrumbando los cerezos, haciendo explotar cristales, linchando a batazos a congresistas republicanos, pidiendo a gritos la muerte de Bush.
Sí, una revuelta que se propagara al mismo tiempo en las principales ciudades, con barricadas, bombas molotov, linchamientos, incendios y sobre todo odio, mucho odio. ¿Que haría el “guardián” de la democracia en el mundo? ¿Como se sentiría con una rebelión estilo Latinoamérica en casa?
Lo más cercano a ello que yo he visto o fue el riot de LA en 1992.Yo quisiera ver eso, pero a décima potencia y no como un movimiento de odio racial. La guerra de secesión no tuvo las características de una revolución. Fue una guerra civil en todo el sentido de la palabra
Pero mi deseo es un imposible. Los estadounidenses están muy bien anestesiados. En el mejor de los casos son pacifistas, medianamente conscientes de la imperfección de su sistema, algunos son críticos, pero no hay auténticos rebeldes. ¿Se ima-ginan un grupo armado que llame a deponer al supremo gobierno? Sí, tienen sus terroristas y sus loquitos de esquina, pero las más de las veces son onanistas desquiciados o pasguatos de guerra que emprenden a plomazos en un Mc Donalds o en una escuela. Hasta ahí les llega el gas. Después de todo, son cortos de ideas. No se dan cuenta que el verdadero terrorista está en casa.