Un poco de periodismo sentimental
La mañana del 31 de enero de 2003, Francisco Javier del Real Hernández salió de su casa en Otay sin imaginar que la furia del Mar no lo dejaría volver.
Tampoco su madre Irma Hernández del Real podía intuir siquiera que aquella mañana sería la última en que vería a su hijo de 20 años, el único varón de la familia, antes de que desapareciera en el Océano Pacífico.
Aquel 31 de enero, Francisco Javier no acudió a trabajar como lo hacía cada mañana, sino que se fue con sus amigos a las playas de Rosarito para poner en práctica una afición que sus padres le tenían terminantemente prohibida: El surf.
Francisco Javier había tenido algunos problemas de conducta y rendimiento académico y recientemente había dejado la preparatoria.
Llevaba algunos meses trabajando en una fábrica y sus amistades empezaron a cambiar poco a poco. También sus intereses cambiaron.
De las cascaritas de futbol callejero que cada noche jugaba en su cuadra, pasó a interesarse por el deporte que desafía la fu-ria del Océano.
A sus padres no les gustaban sus nuevas amistades, aficionados a la práctica del surf y le prohibieronq ue desarrollara esa nueva afición, pues el joven Francisco Javier nunca aprendió bien a nadar.
Pero toda aquella actividad prohibida ejerce una innegable seducción sobre los jóvenes y Francisco Javier no pudo resistir la tentación de salir con sus nuevos amigos.
En su trabajo, pidió cambiar el asueto del Día de la Constitución por un descanso el 31 de enero, que aprovecharía para irse a Rosarito.
Pese a ser Invierno, el día era cálido y soleado, inmejorable para la práctica del surf en las playas rosaritenses.
Pero a diferencia de sus amigos, Francisco Javier no dominaba el deporte de la tabla ni estaba al tanto de lo traicioneras que son las olas del Pacífico.
Pasaban unos minutos de las 12:00 del medio día. Francisco Javier vistiendo su short negro marca nike y portando una ta-bla profesional de surfeo entró en las heladas aguas del Océano. Junto con él sólo iba un amigo del que su madre ni siquiera conoce el nombre.
Se adentraron algunos metros en el mar. Las olas eran fuertes y parecían perfectas para poder deslizarse sobre su cresta.
Pero Francisco Javier no solo no pudo consumar su sueño se elevarse sobre la ola, sino que ni siquiera pudo volver a nadar hasta la playa.
Minutos después su amigo, exhausto, alcanzó la arena, pero había perdido de vista a Francisco Javier. Ni siquiera se veía su silueta a lo lejos.
En vano esperaron largos minutos a que saliera. En vano recurrieron a los salvavidas de la playa. El mar se había tragado a su amigo.
Solo hasta que cayó la noche, uno de los amigos surfers, de esos que eran considerados como malas compañías, tuvo que dar la noticia de la desaparición de Francisco Javier a sus padres.
Pese a ser noche cerrada, sus padres desesperados llegaron a buscarlo a la playa en donde había sido visto por última vez. Sus esfuerzos y los de Rescate Acuático fueron infructuosos. Su hijo nunca apareció.
Desde entonces han pasado 13 días y nada se sabe de Francisco Javier. En la pequeña oficina de la Dirección de Bomberos de Rosarito está pegada su fotografía, pero nadie ha llamado hasta ahora para reportar el hallazgo de algún ahogado. Ni Res-cate Acuático, ni Bomberos ni el Semefo.
Cada noche que pasa, la esperanza de que esté con vida va decayendo en el ánimo de sus padres. A Francisco Javier se lo tragó el Océano Pacífico. Hasta ahora esa es la única explicación.
La mañana del 31 de enero de 2003, Francisco Javier del Real Hernández salió de su casa en Otay sin imaginar que la furia del Mar no lo dejaría volver.
Tampoco su madre Irma Hernández del Real podía intuir siquiera que aquella mañana sería la última en que vería a su hijo de 20 años, el único varón de la familia, antes de que desapareciera en el Océano Pacífico.
Aquel 31 de enero, Francisco Javier no acudió a trabajar como lo hacía cada mañana, sino que se fue con sus amigos a las playas de Rosarito para poner en práctica una afición que sus padres le tenían terminantemente prohibida: El surf.
Francisco Javier había tenido algunos problemas de conducta y rendimiento académico y recientemente había dejado la preparatoria.
Llevaba algunos meses trabajando en una fábrica y sus amistades empezaron a cambiar poco a poco. También sus intereses cambiaron.
De las cascaritas de futbol callejero que cada noche jugaba en su cuadra, pasó a interesarse por el deporte que desafía la fu-ria del Océano.
A sus padres no les gustaban sus nuevas amistades, aficionados a la práctica del surf y le prohibieronq ue desarrollara esa nueva afición, pues el joven Francisco Javier nunca aprendió bien a nadar.
Pero toda aquella actividad prohibida ejerce una innegable seducción sobre los jóvenes y Francisco Javier no pudo resistir la tentación de salir con sus nuevos amigos.
En su trabajo, pidió cambiar el asueto del Día de la Constitución por un descanso el 31 de enero, que aprovecharía para irse a Rosarito.
Pese a ser Invierno, el día era cálido y soleado, inmejorable para la práctica del surf en las playas rosaritenses.
Pero a diferencia de sus amigos, Francisco Javier no dominaba el deporte de la tabla ni estaba al tanto de lo traicioneras que son las olas del Pacífico.
Pasaban unos minutos de las 12:00 del medio día. Francisco Javier vistiendo su short negro marca nike y portando una ta-bla profesional de surfeo entró en las heladas aguas del Océano. Junto con él sólo iba un amigo del que su madre ni siquiera conoce el nombre.
Se adentraron algunos metros en el mar. Las olas eran fuertes y parecían perfectas para poder deslizarse sobre su cresta.
Pero Francisco Javier no solo no pudo consumar su sueño se elevarse sobre la ola, sino que ni siquiera pudo volver a nadar hasta la playa.
Minutos después su amigo, exhausto, alcanzó la arena, pero había perdido de vista a Francisco Javier. Ni siquiera se veía su silueta a lo lejos.
En vano esperaron largos minutos a que saliera. En vano recurrieron a los salvavidas de la playa. El mar se había tragado a su amigo.
Solo hasta que cayó la noche, uno de los amigos surfers, de esos que eran considerados como malas compañías, tuvo que dar la noticia de la desaparición de Francisco Javier a sus padres.
Pese a ser noche cerrada, sus padres desesperados llegaron a buscarlo a la playa en donde había sido visto por última vez. Sus esfuerzos y los de Rescate Acuático fueron infructuosos. Su hijo nunca apareció.
Desde entonces han pasado 13 días y nada se sabe de Francisco Javier. En la pequeña oficina de la Dirección de Bomberos de Rosarito está pegada su fotografía, pero nadie ha llamado hasta ahora para reportar el hallazgo de algún ahogado. Ni Res-cate Acuático, ni Bomberos ni el Semefo.
Cada noche que pasa, la esperanza de que esté con vida va decayendo en el ánimo de sus padres. A Francisco Javier se lo tragó el Océano Pacífico. Hasta ahora esa es la única explicación.