Ideas cursis y dionisiakas sobre el orígen del arte femenino
Tierra fértil y semilla, creadora por naturaleza y musa eterna, poseedora y dadora de la belleza, la mujer ha dado a la ex-presión artística un rostro único e inigualable en sublimación y misterio
Tal vez no sería descabellado afirmar que las primeras expresiones plásticas del ser humano, fueron creaciones de una ma-no femenina.
Mientras el hombre, cazador y guerrero, desafiaba el caos terrenal, la mujer, con un mayor espacio contemplativo, intuía lo absoluto.
Suerte de conjuro, invocación o acaso una inconsciente sed de inmortalidad, pinturas rupestres y petroglifos requirieron necesariamente un instante contemplativo.
En ese sentido, fue la mujer quien accedió a la eternidad del instante, a ese hablarse de tu con la plenitud que solo puede lo-grarse mediante el pleno hipnotismo que el proceso creador ejerce en el artista..
El instante lleno no está en ningún futuro, sino que siempre se encuentra ahí, en la eternidad de una obra de arte. Aquella que ha cortado los lazos que la unen a su creador Basta con aprehender es instante mágico, para lo cual hay que aprender a estar eternamente en el presente, a tener presencia de espíritu.
Por lo tanto, la tarea suprema es la producción o aprehensión dentro de una obra de aquellos instantes de suprema consu-mación en el ser. Esa fue en el principio de los tiempos una tarea femenina.
El arte es anterior a la babélica confusión de lenguas y tal vez hoy en día represente el único medio absolutamente univer-sal de comunicación plena. De hecho, puede considerarse como un poder que triunfa sobre el caos del lenguaje, sobre las ca-denas del concepto.
La palabra rompe el silencio de las cosas carentes de ella, pero es incapaz de captar en conceptos la infinitud universal.
La belleza del arte es mejor, más elevada —de acuerdo con Hegel— que la belleza de la naturaleza, puesto que está hecha por seres humanos y es la creación del espíritu. Pero discernir la belleza en la naturaleza es también el resultado de la cultura y de las tradiciones de la conciencia —en el lenguaje de Hegel: del espíritu.
Sin embargo, la historia del arte, o al menos del arte considerado clásico, nos arroja un saldo final donde a la mujer se le ha reservado para siempre el papel de musa inspiradora de los grandes genios, pero pocas veces el de creadora. Una Giacondda de Da Vinci, una Eva de Durero, una Maja de Goya, son reflejo del de esa flama creadora que una mujer puede crear. Pero no el era dado ejercer como la constructora material de la obra que inspiraba.
Y ha sido privilegio casi exclusivo de los movimientos artísticos del Siglo XX, enseñarnos hasta donde puede llegar la sensi-bilidad creadora de una mujer cuando tiene un pincel en las manos.
Dice Nietzsche que hay que estar templado trágicamente para mostrarse digno del júbilo estético. Es necesario estar desilu-sionado y sin embargo, apasionadamente enamorado de la vida, aún cuando se haya descubierto una gran futilidad .
El consuelo metafísico del arte, dice Nietzsche, no es ninguna esperanza vaga del más allá, con sus compensaciones y ali-vios y con su promesa de un mundo futuro de la gran justicia. He ahí la fórmula trágico- dionisiaca: Sólo como fenómeno es-tético se justifican la existencia y el mundo por toda la eternidad.
Tierra fértil y semilla, creadora por naturaleza y musa eterna, poseedora y dadora de la belleza, la mujer ha dado a la ex-presión artística un rostro único e inigualable en sublimación y misterio
Tal vez no sería descabellado afirmar que las primeras expresiones plásticas del ser humano, fueron creaciones de una ma-no femenina.
Mientras el hombre, cazador y guerrero, desafiaba el caos terrenal, la mujer, con un mayor espacio contemplativo, intuía lo absoluto.
Suerte de conjuro, invocación o acaso una inconsciente sed de inmortalidad, pinturas rupestres y petroglifos requirieron necesariamente un instante contemplativo.
En ese sentido, fue la mujer quien accedió a la eternidad del instante, a ese hablarse de tu con la plenitud que solo puede lo-grarse mediante el pleno hipnotismo que el proceso creador ejerce en el artista..
El instante lleno no está en ningún futuro, sino que siempre se encuentra ahí, en la eternidad de una obra de arte. Aquella que ha cortado los lazos que la unen a su creador Basta con aprehender es instante mágico, para lo cual hay que aprender a estar eternamente en el presente, a tener presencia de espíritu.
Por lo tanto, la tarea suprema es la producción o aprehensión dentro de una obra de aquellos instantes de suprema consu-mación en el ser. Esa fue en el principio de los tiempos una tarea femenina.
El arte es anterior a la babélica confusión de lenguas y tal vez hoy en día represente el único medio absolutamente univer-sal de comunicación plena. De hecho, puede considerarse como un poder que triunfa sobre el caos del lenguaje, sobre las ca-denas del concepto.
La palabra rompe el silencio de las cosas carentes de ella, pero es incapaz de captar en conceptos la infinitud universal.
La belleza del arte es mejor, más elevada —de acuerdo con Hegel— que la belleza de la naturaleza, puesto que está hecha por seres humanos y es la creación del espíritu. Pero discernir la belleza en la naturaleza es también el resultado de la cultura y de las tradiciones de la conciencia —en el lenguaje de Hegel: del espíritu.
Sin embargo, la historia del arte, o al menos del arte considerado clásico, nos arroja un saldo final donde a la mujer se le ha reservado para siempre el papel de musa inspiradora de los grandes genios, pero pocas veces el de creadora. Una Giacondda de Da Vinci, una Eva de Durero, una Maja de Goya, son reflejo del de esa flama creadora que una mujer puede crear. Pero no el era dado ejercer como la constructora material de la obra que inspiraba.
Y ha sido privilegio casi exclusivo de los movimientos artísticos del Siglo XX, enseñarnos hasta donde puede llegar la sensi-bilidad creadora de una mujer cuando tiene un pincel en las manos.
Dice Nietzsche que hay que estar templado trágicamente para mostrarse digno del júbilo estético. Es necesario estar desilu-sionado y sin embargo, apasionadamente enamorado de la vida, aún cuando se haya descubierto una gran futilidad .
El consuelo metafísico del arte, dice Nietzsche, no es ninguna esperanza vaga del más allá, con sus compensaciones y ali-vios y con su promesa de un mundo futuro de la gran justicia. He ahí la fórmula trágico- dionisiaca: Sólo como fenómeno es-tético se justifican la existencia y el mundo por toda la eternidad.