Eterno Retorno

Tuesday, January 14, 2003


Muy pronto, las librerías de la ciudad se darán cuenta que he dejado de cubrir las notas diarias del Ayuntamiento y he vuel-to a los reportajes de investigación.
Aunque la responsabilidad es mayor, el tiempo no es tan restringido como antes e inevitablemente doy rienda suelta a mi vicio de sumergirme en librerías.
No puedo controlarlo. Soy un adicto a repasar estantes, leer contraportadas, comparar ediciones. Según yo, este día fui en busca de El príncipe de Federico Andahazi con la firme intención de comprarlo.
Dado que en ninguna sucursal de El Día había podido dar con él, decidí buscarlo en el Cecut. No lo encontré, pero la por-tada de un típico engendro comercial de Alfaguara estuvo a punto de seducirme. Era un autor boliviano de apellido Paz y el libro se llamaba algo así como Donde habita el deseo. Una novela de traición política y amorosa. Las mujeres demacradas suelen atraerme y la de su portada casi, pero casi logra ligarme. Pero hace falta mucho más que eso para que desembolse 167 pesos en un libro del que mi única referencia es la lluvia de elogios de la contraportada y claro, la pinche rubiecita. El ligue no se consumó.
A veces, muchas veces, compro libros a ciegas. Algunas veces los resultados son sorprendentes. De hecho así conocí a Mario Bellatin. Compré Poeta ciego en 1997, sin tener referencia alguna del autor, solo por el cuadro de Julio Galán que apa-recía en la portada, pero el texto superó mis expectativas y desde entonces me dediqué a rastrear toda su obra. Así compré también El arma en el hombre de Castellanos Moya y Entre hombres de Germán Margiori solo peor mencionar las buenas elecciones.
En fin. Luego del frustrado ligue con el autor boliviano, sentí unas ganas irresistibles de llevarme a casa Otras inquisicio-nes de Borges. De hecho me leí ahí mismo el relato inicial de la Muralla china y decidí que ya era mío, pero cuando ya estaba por sacar la tarjeta, algo me dijo no, debes esperar al viernes.
Me marché. Fui a la Librería de Cristal y no tenían El príncipe, aunque como suele sucederme siempre que estoy en los es-trechos pasillos de esta librería, tuve un fervor repentino por atiborrarme de ediciones baratas de clásicos. Ya traía en mi ma-no El jugador y el Extraño caso de Doctor Jekyll y Mister Hide y nuevamente me detuve. Algo me dijo que hoy no era el día para comprara esos libros.
Hice entonces algo poco común. Fui a la librería y papelería México, una tienda con aires escolares cuya vitrina está reta-cada de juventudes en éxtasis, Paulos Cohelos, tarots eróticos, horóscopos cachondos, y dietas mágicas. Di por hecho que en esa montaña de basura jamás encontraría nada y sorpresa, ahí estaba El príncipe. Pero, una vez que tuve en mis manos el li-bro de Andahazi, decidí que ya no lo quería o que este no era el momento. Todo quedó en un simple hoy no.