Carpe diem encapsulado
Extasis. Tres relatos de amor químico.
Irvine Welsh. Editorial Norton. Traducción: Editorial Anagrama
“La gente cambia, la música cambia, las drogas cambian”. Con esta frase en labios de Diane (la precoz Lolita que seduce a Mark Renton en Trainspotting) el escocés Irvine Welsh había anticipado lo que sería su nueva novela. En Acid House, Welsh bucea hasta el fondo del laberinto de la psicodelia. En Trainspotting se diluye en el singular universo del heroinómano y su facultad de colocar al síndrome de abstinencia, como la única cosa verdaderamente importante en la vida. Éxtasis, Tres relatos de amor químico, es la pieza de rompecabezas que completa la trilogía. El mundo de hoy dando vueltas en torno de unos cuantos miligramos de carpe diem sintético, relaciones improbables, destinos cruzados, marcados e inducidos por una deidad de laboratorio. Para subir o bajar, dormir o despertar, danzar eternamente o simplemente olvidar. XTC, Prozac, talidomida, da igual. Las existencias giran en torno a las pastillas y por las pastillas.
Sus críticos señalan que Welsh es el equivalente escrito a la música tecno, y la verdad es que después de leer Éxtasis uno acaba por darles la razón. Sus tres relatos de amor químico parecen un ágil baile literario que se va impregnando en el cuerpo por cada uno de los poros algo de lo que solo puede ser capaz un autor tan versátil como él, que de una página a otra brinca de melosa cursilería al más burdo slang, de la primera a la tercera persona, de lo cómico a lo bizarro. Aterrizado en términos rave, una técnica narrativa que conduce de lo hipnótico del trance a la adrenalina del hard core.
El poder hipnótico de este tecno-trance literario fluye con toda su intensidad cuando se lee el texto en inglés, pues gran parte del arsenal de Welsh radica en sus diestros juegos de palabras, sin embargo, la versión en español conserva mucho de ese néctar que funge como elemento activo de la narración. Además, cabe advertir que leer a Welsh puede ser una tarea complicada incluso para un angloparlante, pues el slang escocés no parece tener nada que ver con la lengua de Shakespeare. El valiente que hizo suya la imposible misión de traducir estas obras en teoría intraducibles, fue Federico Corriente de la Editorial Anagrama. Fiel a su vocación de traducir a todas las plumas malditas de la literatura anglosajona, este sello catalán ha publicado en español Trainspotting y Acid House con muy buenos resultados. Cabe agregar que ha sido Anagrama la encargada de traducir la obra completa de Charles Bukowski (su poeta maldito de cabecera), de Jack Kerouac y de más especímenes del Pandemonio underground anglo. La hazaña consistió en trasladar el dialecto de los bajos fondos de Glasgow y Edimburgo, al vocablo guarro de un típico gamberro de Vallecas y, si los lectores están familiarizados con el “folklore” de la madre patria, les resultará divertido imaginar en boca de hooligans británicos expresiones como follar, polvo, colocao, caballo, capullo, menda, polla, hostia y de más linduras del glosario de guarradas ibéricas.
Para concluir, resulta imposible, con el perdón de Cervantes, sustraerse al vicio de las odiosas comparaciones literarias para dimensionar el valor de la obra de Welsh. En la primera mitad del siglo XIX, en sus Confesiones de un Opiómano Inglés, Thomas de Quincey describió con elegante prosa el jardín de las delicias y el averno de sus sueños de opio. Pocos años más tarde, al otro lado del Canal de la Mancha, Charles Baudelaire en sus Paraísos Artificiales, elaboró una docta comparación entre el espíritu del consumidor de vino y el de hashish y plasmó como ninguno la bohemia de los bajos fondos parisinos. Al final de un milenio y al arranque de otro, Welsh se transforma en el poeta que fue capaz de tatuar en papel el alma de esa generación, discípula del profético No Future gritado por Johny Rotten en el verano- Apocalipsis del 77. Una generación que mostrando diferentes imágenes y danzando con otros ritmos, está hermanada en la búsqueda incesante del presente perdido.
Extasis. Tres relatos de amor químico.
Irvine Welsh. Editorial Norton. Traducción: Editorial Anagrama
“La gente cambia, la música cambia, las drogas cambian”. Con esta frase en labios de Diane (la precoz Lolita que seduce a Mark Renton en Trainspotting) el escocés Irvine Welsh había anticipado lo que sería su nueva novela. En Acid House, Welsh bucea hasta el fondo del laberinto de la psicodelia. En Trainspotting se diluye en el singular universo del heroinómano y su facultad de colocar al síndrome de abstinencia, como la única cosa verdaderamente importante en la vida. Éxtasis, Tres relatos de amor químico, es la pieza de rompecabezas que completa la trilogía. El mundo de hoy dando vueltas en torno de unos cuantos miligramos de carpe diem sintético, relaciones improbables, destinos cruzados, marcados e inducidos por una deidad de laboratorio. Para subir o bajar, dormir o despertar, danzar eternamente o simplemente olvidar. XTC, Prozac, talidomida, da igual. Las existencias giran en torno a las pastillas y por las pastillas.
Sus críticos señalan que Welsh es el equivalente escrito a la música tecno, y la verdad es que después de leer Éxtasis uno acaba por darles la razón. Sus tres relatos de amor químico parecen un ágil baile literario que se va impregnando en el cuerpo por cada uno de los poros algo de lo que solo puede ser capaz un autor tan versátil como él, que de una página a otra brinca de melosa cursilería al más burdo slang, de la primera a la tercera persona, de lo cómico a lo bizarro. Aterrizado en términos rave, una técnica narrativa que conduce de lo hipnótico del trance a la adrenalina del hard core.
El poder hipnótico de este tecno-trance literario fluye con toda su intensidad cuando se lee el texto en inglés, pues gran parte del arsenal de Welsh radica en sus diestros juegos de palabras, sin embargo, la versión en español conserva mucho de ese néctar que funge como elemento activo de la narración. Además, cabe advertir que leer a Welsh puede ser una tarea complicada incluso para un angloparlante, pues el slang escocés no parece tener nada que ver con la lengua de Shakespeare. El valiente que hizo suya la imposible misión de traducir estas obras en teoría intraducibles, fue Federico Corriente de la Editorial Anagrama. Fiel a su vocación de traducir a todas las plumas malditas de la literatura anglosajona, este sello catalán ha publicado en español Trainspotting y Acid House con muy buenos resultados. Cabe agregar que ha sido Anagrama la encargada de traducir la obra completa de Charles Bukowski (su poeta maldito de cabecera), de Jack Kerouac y de más especímenes del Pandemonio underground anglo. La hazaña consistió en trasladar el dialecto de los bajos fondos de Glasgow y Edimburgo, al vocablo guarro de un típico gamberro de Vallecas y, si los lectores están familiarizados con el “folklore” de la madre patria, les resultará divertido imaginar en boca de hooligans británicos expresiones como follar, polvo, colocao, caballo, capullo, menda, polla, hostia y de más linduras del glosario de guarradas ibéricas.
Para concluir, resulta imposible, con el perdón de Cervantes, sustraerse al vicio de las odiosas comparaciones literarias para dimensionar el valor de la obra de Welsh. En la primera mitad del siglo XIX, en sus Confesiones de un Opiómano Inglés, Thomas de Quincey describió con elegante prosa el jardín de las delicias y el averno de sus sueños de opio. Pocos años más tarde, al otro lado del Canal de la Mancha, Charles Baudelaire en sus Paraísos Artificiales, elaboró una docta comparación entre el espíritu del consumidor de vino y el de hashish y plasmó como ninguno la bohemia de los bajos fondos parisinos. Al final de un milenio y al arranque de otro, Welsh se transforma en el poeta que fue capaz de tatuar en papel el alma de esa generación, discípula del profético No Future gritado por Johny Rotten en el verano- Apocalipsis del 77. Una generación que mostrando diferentes imágenes y danzando con otros ritmos, está hermanada en la búsqueda incesante del presente perdido.