Repta el odio en el asfalto ardiente y cada cuerpo a mi alrededor es el perfecto blanco una bala. Zumban en mis oídos mil voces infectas que creen tener algo que decir, colores chillantes que quieren ser vistos y al acecho infinitos rostros, de sed y lujuria, de fracaso y dolor, en busca de arrojar un machete que cercene de una vez el tiempo y vacíe de sangre las entrañas. DSB
ODIANDO A DIOS EN TIJUANA
CAPÍTULO I
Acecho. En esta ciudad están todos agazapados, aguardando a la presa con los músculos tensos, hirvientes, los dientes ocultos, listos para dar el salto y rebanar de un tajo la yugular. Ciudad jauría, de licaones rabiosos que muerden al aire, de aullidos y risotadas, de asfalto bañado en saliva ácida. Paraje de carroñeros metamorfeando en carroña, de larvas que se devoran a sí mismas. Esta es la tierra prometida.
¿Cómo imaginaste la ciudad? Sí, sabías que aquí también se muere de hambre y que el asco puede estrujar las entrañas hasta hacerlas vomito, pero no te imaginabas lo que significa vivir con el ruido como un taladro en tu cabeza y el olor a mierda que se impregna en los poros. Sí, ya llegaron, esta es la ciudad a donde vienes para hacerte rico y no acabar como tus hermanos, con un plomazo en el estómago apestando en las cañadas. Lo primero que ves son los cerros como polvorones y el amontonar de casas sobre llantas y chatarra. También te sorprenden las calles atestadas y los trailers que parecen inmóviles. Adentro del camión todos duermen sudorosos y polvorientos, apoyado el rostro en el cristal sucio, respirando con la boca abierta el aire de su nueva morada. Nadie parece tener ganas de verla, “mejor que nos despierten cuando ya estemos ahí en el hotel, para que unas chelas nos borren las 67 horas de viaje y durmamos antes de empezar con el jale”. Pero la sinfonía del calxon en caos mayor se encarga de arrancarles la modorra y enseñarles la piel de su tierra prometida.
“Bajan, hasta aquí llegamos”, grita el chofer cuando se estaciona al píe del cerro que no puede subir. “Ahí nomás le dan para arriba, es allá donde se mira la chatarra” y lo que se mira es una cuesta empinada y lodosa. ¿Dónde está el hotel? Aquí, aquí es donde les dijimos, el Mariano, lamina, cartón, piedra y zacate quemado, cerro calvo, roñoso, repleto de viviendas que un día brotaron como chancros. Prometieron hospedaje y comida gratuitos durante un mes y sí, ahí hay un techo de lamina y muros hechizos de blocks amontonados, adentro hay unas cobijas viejas y unas latas de atún empolvadas. ¿Aquí es? Sí, ¿pues donde creían que era el cinco estrellas? Aquí se duermen los que están muy cansados y se acuestan pensando que a lo mejor ya no despiertan. Pero...no hay peros, no hay pedos, ya llegamos, antes digan que llegamos, aquí vienen mañana a buscarlos. Se siente que el piso es de tierra y aquí no hay nada más que cobijas, rasgadas, empolvadas, llenas de cadillos y a ver como nos acomodamos setenta aquí adentro.
Y como quiera se amontonan y les gana el sueño, algunos ya roncan y sí, también tienen sueños y tu te preguntas si así es como viven los que ganan cuatro mil semanales, donde está la tele y la grabadora, donde el refrigerador y el comal y empiezas a imaginarte como vas a contarles en Trinidad a tus hermanas que fue tu primera noche acá, y te empiezas a quedar jetón, pensando que ya estas allá de vuelta, con los puros dólares, diciéndoles a los chamacos que está cabrón, que hay chingo de viejas, que a las dos semanitas te compraste tu nave gabacha y te la pasabas acá como rey, pero te cagas de pensar que les vas a tener que contar que el camión estaba jodido, que los asientos se caían de oxidados y que la primera noche se durmieron amontonados en la tierra. Sí, puedes decirles que estuvo machín, que los tenían acá en hotel con playa, pero no falta quien les diga y entonces te lo van a recetar en la cara, que de baboso te fuiste, que vas a estar más jodido y que allá nadie se acuerda de ti. Te alucinas a tu padrino, diciéndote que naciste pa burro, pa que te trajeran de pendejo en todas partes, que nunca vas a salir de jodido y pa que te gastas tus mil 500 bolas en ese viaje, mejor invítame la peda y ayúdale a tu mamacita. Te despiertas con sobresaltos, las manos te tiemblan, el pecho está frío. Vas afuera y sólo entonces te das cuenta de que el cerro es muy alto y la ciudad está allá, lejos, muy abajo, toda repleta de luces y encerrada en un corral de cerros como el que estás. Te quedan sorbos de tu aguardiente Viva Villa que compraste allá en Nayarit y te alucinas que ya pasaste al otro lado, tienes tus papeles y tu casa, y claro, también tienes tus viejas. Empiezas a parir tu alucinaje, tus castillos chaqueteros como aspirinas contra el pavor que tienes de que el arrepentimiento te agarre de las patas cuando en tu alma no quede duda alguna de que la cagaste, de que más te valía cualquier cosa en lugar de venir a dejar la vida en este cerro donde ni los gusanos que te coman te van a conocer y a recordar.