Notese que no tengo mucho que hacer, así que ahí va una escena de La alcahueta noche, la fenomenal novela que algún perro día se dignará a ser concluída. La noevla me concluye a mí, no yo a ella. El primer párrafo, es el que se refiere a la puta y alcahueta noche. Este es solo un escarceo cachondete.
Cómo carajos le hizo el Zarrapaztrozo para lograr ser invitado esa misma noche por Catalina a pasar la noche en un hotel bastante nice en Real de Catorce y posteriormente cogersela deliciosamente sobre el barandal del balcón que miraba al Cerro del Quemado, es algo que los o el biógrafo no se explica de manera racional.
Pero claro, hay que ponerse en el lugar de Doña Catalina Dueñas. El día en que tuvo la mala fortuna de llamar a lo que parecía fungir como puerta del malamuereto cuchitiril del velador de un huerto de hortalizas, Catalina cumplía 33 bien vividos años y 27 días de haber firmado el acta de divorcio con que daba el definitivo y legal patadón en el culo a su ex marido. De alguna manera, sus casi tres meses de ir y venir al juzgado familiar sin tener por ahí el menor escarceo sexual por temor a quedar como la piruja de la película, habían desatado un fervor uterino que el olor de rústico sudor que emanaba de las axilas de Zarra acabó por encender. Por lo que se refiere al Zarra, la única explicación de que esa noche no pusiera en evidencia la innata torpeza que se cargaba cuando de jugar al amante se trataba, son los nueve meses que llevaba sin tocar otra piel que no fuera la de su pito, siempre y cuando estuviera frente a él la imágen de las vaqueritas hustlerianas. Los lenguados besos pretenciosones, la voluntad de ser acróbata pese a los kilitos de más y la vocación cochinona que siempre mostró Catalina pusieron en punto comal los sentidos del Zarra...continuará.
Cómo carajos le hizo el Zarrapaztrozo para lograr ser invitado esa misma noche por Catalina a pasar la noche en un hotel bastante nice en Real de Catorce y posteriormente cogersela deliciosamente sobre el barandal del balcón que miraba al Cerro del Quemado, es algo que los o el biógrafo no se explica de manera racional.
Pero claro, hay que ponerse en el lugar de Doña Catalina Dueñas. El día en que tuvo la mala fortuna de llamar a lo que parecía fungir como puerta del malamuereto cuchitiril del velador de un huerto de hortalizas, Catalina cumplía 33 bien vividos años y 27 días de haber firmado el acta de divorcio con que daba el definitivo y legal patadón en el culo a su ex marido. De alguna manera, sus casi tres meses de ir y venir al juzgado familiar sin tener por ahí el menor escarceo sexual por temor a quedar como la piruja de la película, habían desatado un fervor uterino que el olor de rústico sudor que emanaba de las axilas de Zarra acabó por encender. Por lo que se refiere al Zarra, la única explicación de que esa noche no pusiera en evidencia la innata torpeza que se cargaba cuando de jugar al amante se trataba, son los nueve meses que llevaba sin tocar otra piel que no fuera la de su pito, siempre y cuando estuviera frente a él la imágen de las vaqueritas hustlerianas. Los lenguados besos pretenciosones, la voluntad de ser acróbata pese a los kilitos de más y la vocación cochinona que siempre mostró Catalina pusieron en punto comal los sentidos del Zarra...continuará.