Eterno Retorno

Tuesday, November 14, 2023

Caterva de calafias y californios

 


Antes de ser descubierta, navegada y explorada por los europeos, California fue imaginada en el Viejo Mundo. Los mismos libros de caballería que hicieron perder la cabeza a Alonso Quijano hasta convertirlo en Don Quijote, fueron también los que alimentaron la imaginación de cartógrafos y exploradores, quienes llegaron a recorrer la recién encontrada América.

El Amadís de Gaula y Las sergas de Esplandián, clásicos de la caballería andante escritos por Garci Rodríguez de Montalvo, fueron obras de cabecera en la ficticia biblioteca de Alonso Quijano y lectura de viaje para personajes como Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo. Estos dos libros, que fueron el equivalente a best sellers del Siglo XVI, se refieren a la California como una isla poblada por gigantescas amazonas. El mito de esta misteriosa ínsula o el de las Siete Ciudades, surgido también en la literatura caballeresca, alimentaron las fantasías de no pocos exploradores, con mención honorífica a Hernán Cortés, quien década y media después de haber conquistado Tenochtitlán, se obsesionó con la exploración de California. Sabiamente lo expresa el escritor Jorge Ruiz Dueñas: California era una palabra destinada a hacer verdadera la geografía apócrifa del mundo, aún secreto y fantástico. La dispersión de un nombre de leyenda metamorfoseado en territorio.

Sí, muchos de los  primeros expedicionarios europeos fueron lectores de libros de caballerías que imaginaban un mundo encantado a la medida de sus ficciones, pero no tengo a la mano muchos ejemplos de escritores de nuevas novelas caballerescas nacidas a partir de las experiencias vividas en las nuevas tierras recién exploradas.

Mirando a las Islas Coronados en un claro mediodía de otoño platico con el cronista e historiador Carlos Lazcano Sahagún, posiblemente el mayor experto actual en materia de Antigua California. En su recién editado libro, Hernán Cortés en California, incluye una secuencia de las cartografías americanas y californianas,  cuando aún se creía que Japón estaba frente a Cuba, que Sudamérica era una gran isla llamada Tierra de Santa Cruz o Nuevo Mundo,  mientras la región del Labrador y Terranova son mostradas como una extensión del noreste de China.    Aún después de la caída de Tenochtitlán se creía que viajando por el Oeste se podía llegar por tierra hasta China. Las fantasías que poblaban la imaginación de los exploradores españoles acabaron por manifestarse en los mapas antes que en la literatura.  La cartografía fantástica no dudó en incluir monstruos marinos y abismos oceánicos en los paralelos no navegados. La historia fantástica fue creada por cartógrafos y no por novelistas.

Lazcano Sahagún me dice con pleno convencimiento que la gran meta de vida de Hernán Cortés no era la conquista de Tenochtitlán, sino la conquista de la Mar del Sur y el hallazgo de la ruta que conduciría hasta Asia por el Oeste. Eso fue su verdadera obsesión. El Cortés que explora la Mar del Sur es ya un hombre de 50 años de edad que a cuestas tiene la conquista del Imperio Azteca pero que se aferra a encontrar el mítico paso a la China y que aún no tiene claras las dimensiones del Nuevo Mundo. Carlos me narra la historia a partir de la progresión de los mapas, lo cual echa a volar mi imaginación. ¿Sería imaginable una gran Odisea californiana? ¿Un relato que combinara la ruta de navegación de Cortés, Ulloa o Rodríguez Cabrillo con el mito de la Reina Calafia y las sierras pobladas por gigantas? 

Yo mismo he querido crear mi propio mito californiano en forma de una falsa enciclopedia llamada Caterva de calafias y californios. Si este ensayo trata sobre los intrincados caminos de la literatura nonata, acaso pueda permitirme escribir sobre uno de mis proyectos eternamente postergados. A falta de historiografía acaso sea momento de crear un hipotético cronista y un tardío editor que muchos años después encuentra el manuscrito perdido.

Con un guiño a Vidas imaginarias de Marcel Schwob, a Historia universal de la infamia de Borges o a Historias falsas  de Goncalo M. Tavares, Caterva de calafias y californios  está estructurado como un mentiroso diccionario biográfico.

La historia comienza en el momento en que Ánimas Rocafuerte, anciano vitivinicultor del Valle de la Trinidad y buscador de pinturas rupestres y reliquias de misiones, decide conformar una enciclopedia más grande aún que la de Diderot y D’Alembert en donde se narre la historia oculta de los personajes que imaginaron y construyeron las Californias. Rocafuerte va armando un rompecabezas con retazos de pinturas rupestres, viejos pergaminos, recortes de prensa, testimonios, grafitis y ligas a sitios ocultos en la red profunda.

El diccionario arranca con la biografía de la mítica Reina Calafia, amazona mayor de las Californias y la historia de Ginés de Larrazábal, integrante de la expedición de Cortés por el Pacífico, que en el barco leía un ejemplar de Las sergas de Esplandián y va construyendo en su cabeza la California mitológica mientras navegan entre las islas. Aparece Juan Rodríguez Cabrillo, Francisco Ulloa y el Padre Kino, primeros exploradores de la Península y la Alta California, así como los corsarios chilenos y británicos que invadieron San José del Cabo para jurar la independencia del territorio o el aventurero William Walker, fundador de la fallida República de Sonora.

La secuela de la historia, denominada Nuevos mapas del limbo transpeninsular,  comienza cuando Ánimas Rocafuerte, ya moribundo, encarga a la reportera Betina Ángeles el rescate y compilación de unas crónicas viajeras que conformarán el segundo bloque de la Enciclopedia apócrifa de las Californias. Betina relee los testimonios, escritos cada uno de ellos por un viajero diferente y al encontrarlos dispersos e incompletos, decide llenar ella misma los vacíos dando rienda suelta a la imaginación o emprendiendo sus propios viajes en busca de ruinas o vestigios que certifiquen la existencia de los sitios narrados.

Betina va narrando su propio periplo y el de los viajeros ficticios mientras va describiendo los lugares, con sus habitantes y leyendas. Lo que leeremos es su propia crónica testimonial como viajera, alternando con los testimonios que va recopilando y construyendo. Aunque los sitios son reales o en algunos casos legendarios, la ficción se impone a la realidad.

  Junto con Betina viajamos por las Islas Coronado y el legendario casino de Al Capone; La Chinesca y sus fumaderos de opio ocultos en laberintos subterráneos; los precipicios de La Rumorosa y su cofradía de fantasmas y aparecidos junto con su mítico manicomio; la Isla de Guadalupe y su santuario de tiburones blancos; el Foreign Club, el Nelson, el Casino Agua Caliente y los altares de la legendaria Sodoma de los años 20; el gran desierto transpeninsular y el lenguaje de sus piedras; la fiebre gambusina en la Ensenada decimonónica y el edén vinícola que los prófugos rusos molokanos construyeron en San José de la Zorra.

El libro concluye con el ensanchamiento de la gran falla geológica que acabará por desprender la península bajacaliforniana de la plataforma continental, cuando la anarquía del subsuelo acabe por convertirnos en la ínsula que concibió el reino de la imaginación.