El ayunte de Nat con Andreas
Prometí
comentar mis lecturas apenas llegara a la última página y aquí vamos con la
segunda del año: Un amor, de la española Sara Mesa. Madrileña de nacimiento,
sevillana por adopción (su acento de andaluza la delata), Sara es una escritora
sui generis, en apariencia demasiado sobria, practicante de una prosa austera, ajena a cualquier indicio de
grandilocuencia o arrebato. Ni rastro de desbordes o afanes poéticos en la serenidad de sus
párrafos. Creo que es el tono ideal para el tipo de historia que narra. Le
agradezco a Sara haber hecho pedazos
cualquier asomo de cliché o lugar común a la hora de escribir la historia de
amor de su protagonista. Vaya, lo trillado hasta el empalague en los romances
novelescos, son pasiones prohibidas, ardientes arrebatos eróticos, sublimes
enamoramientos o chistoretas escenas corny de comedia romántica, pero el amorío (o mejor
dicho ayunte) de Nat con Andreas podría
ganar el título al más anodino e insustancial de la narrativa contemporánea y
ahí radica su tremenda originalidad. Nat es una traductora treintañera que llega
a vivir (o a refugiarse) a un “pueblo
chico infierno grande” llamado La Escapa en donde arrienda una casucha llena de
desperfectos. Su compañero de vida es un perro huraño y aburrido llamado Sieso,
carente de toda gracia. Su casero es cagante e invasivo, sus vecinos son
mirones chismosos y el villorrio me hace
recordar el pueblo blanco de Serrat. Nat sufre con las goteras que infestan el
techo de su casa y su casero se niega arreglar. Una tarde cualquiera se presenta en su casa Andreas, quien le hace
una propuesta muy simple: taparle todas las goteras a cambio de una cogida. La
oferta es hecha de la manera más fría y distante imaginable, sin pizca de juego
de seducción. Una vil transacción, un ordinario trueque: te arreglo el techo a
cambio de que me “dejes entrar en ti unos minutos”. Me das, te doy. Nat acepta. Andreas es algo así como la
negación del amante prototípico: no es guapo, tierno, caballeroso, sentimental,
romántico o pasional. Es hosco, distante, inexpresivo y cumple con estar apenas
unos instantes dentro de ella. Es un ser de la estirpe del Mersault de Camus,
callado y apático hasta la médula ¿es posible enamorarse de alguien así? Ahí radica
lo atípico y anti convencional de esta novela. Acaso su centro neurálgico sea
la imposibilidad de comunicarse y “traducir” sentimientos, lo infructuoso de
huir y buscar un refugio, la necesidad de sentirse deseada. La atmósfera es
tensa, oscura pero los demonios no acaban de irrumpir en la superficie. A Sara Mesa la
descubrí hace unos años con Cicatriz, una novela sobre un culto ladrón de
tiendas que se obsesiona con una mujer a la que envía envueltas para regalo las
cosas que roba, que van desde libros de ediciones carísimas a lencería fina y
zapatos. Sin haberme aún volado la cabeza, puedo decir que ha valido la pena
leer a Sara, pues siempre agradezco la rareza y el rompimiento de engranajes.
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