Eterno Retorno

Tuesday, January 07, 2020

En la mayor de las Cuatro Coronado, que es la Isla Sur, habita un guardafaro. Bueno, en realidad son dos. Se alternan en sus funciones cada 30 días. El guardafaro es un empleado del Gobierno federal y su casa, enclavada entre las rocas, fue construida en 1931. En teoría su puesto nunca ha dejado de estar ocupado. Por lo menos tienes la certidumbre de al caer la noche invariablemente se enciende una luz en la isla mayor que tú alcanzas a distinguir desde el litoral. A la distancia el guardafaro te parece un personaje propio de El Principito, algo así como el farolero que enciende y apaga un farol siguiendo el movimiento de rotación de su planeta enano. En cualquier caso te resulta fascinante la existencia de un empleado público cuya labor en el mundo es ser un Robinson Crusoe. De pronto, reparas en que a la persona que más deseas entrevistar en tu vida es al guardafaro. En tu ya larga carrera como reportero has entrevistado a miles de personajes patéticos; ordinarios politicuchos y lidercillos de opinión cuya labor ha sido contribuir al gran teatro de las redundancias de la diaria noticia, pero en cambio el guardafaro de las islas es un personaje único en la región, el amo y señor de un territorio virgen, el gran Crusoe de la primera –o la última- isla mexicana. Buscaste la entrevista de todas las maneras posibles. Escribiste a la Secretaría de la Defensa Nacional y a Comunicaciones y Transportes y vía Transparencia gubernamental pediste el nombre del empleado público que ocupaba dicho puesto de trabajo, pero no obtuviste respuesta y la dirección editorial de El Bordo reiteró su absoluto desinterés en invertir tiempo y espacio en esa entrevista. Como tantas veces ha sucedido en tu carrera reporteril, el periodismo te dejó en un callejón sin salida donde la única alternativa era recurrir a la literatura de ficción. Empezaste a escribir los cuentos del guardafaro e inclusive iniciaste un epistolario ficticio. Cada noche te ibas a la playa a fumar y a observar la luz encendida en el horizonte y de tanto escribir e imaginar, llegaste a la conclusión de que tu deseo no era entrevistar al guardafaro, sino ocupar su puesto.