Penal a lo Panenka
A ver colegas, si a ustedes les gusta el futbol sin duda entienden lo que es un penal a lo Panenka. En la final de la Eurocopa 1976, Checoslovaquia se coronó desde los once pasos contra Alemania. El último penal, ejecutado por Antonin Panenka, fue un portento de gol. Un penal suavecito, pateado con vaselina en donde el balón hace una comba cuyo efecto visual engaña al portero y lo hace lanzarse al lado contrario. La pelota entra lenta y chanfleada. Tal vez los dos penales Panenka más célebres del Siglo XXI fueron el de Zidane en la final del Mundial 2006 y el del Loco Abreu contra Ghana en el mundial de Sudáfrica. Es un penal artístico que genera una estampa casi poética, pero no deja de ser una floritura, un lucimiento personal. Además, si el portero te adivina el penal Panenka (y basta que se quede parado en su lugar para que lo haga), la falla luce absolutamente ridícula, porque el penal va tan suave y lento, que el portero a menudo solo tiene que alzar las manos. Esto significa que en el penal Panenka el arte y el ridículo caminan de la mano. ¿Por qué carajos pongo este ejemplo tan fuera de lugar? Porque con la escritura es igual. Sobran ejemplos de quienes en afán de parecer poetas vanguardistas, intentan una innecesaria floritura y acaban haciendo el ridículo. Hay quienes quieren jugar a ser Foster Wallace o a imitar el Finnegans Wake y acaban por chutar para el monte. La prioridad en un penal es meter gol, no hacer malabares, así que es mejor patear fuerte, raso y colocado como manda el canon. Con la escritura de un cuento aplica lo mismo. La prioridad es contar una historia, así que preocúpate primero por contarla muy bien de la forma más sencilla posible. Primero domina la técnica de meter el gol. Una vez que lo logres y te sientas más o menos satisfecho (la satisfacción total, al puro estilo de los Rolling, no existe) entonces juega con la forma sin descuidar el fondo y entonces sí, anímate a patear tu penal a lo Panenka.