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Vine a Durango porque me dijeron que acá vivía un tal José Revueltas y yo debía acudir con él a recibir un premio. O acaso deba decir: La población estaba cerrada con lluvia y con truenos. Cerrada completamente como si sobre sus puertas y ventanas se hubieran colocado negras nubes enormes, sin dimensión de tan profundas, de tan gruesas, de tan de Dios. ¿Les gusta más así?
El pasado 21 de octubre, estando a las puertas del zoológico de San Diego para acompañar a Iker en un paseo escolar, recibí una llamada del Instituto Nacional de Bellas Artes para decirme que había ganado el Premio José Revueltas. Cinco meses después he venido a la tierra del barbón a recibirlo y el cielo duranguense me recibe con el diluvio universal. Buena lluvia, buen frío y un cálido recibimiento. Para el Instituto de Cultura Durango y para su director Rubén Ontiveros solo tengo gratitud. Lo mismo para Juan Álvaro, Aarón, Absalón, Yeye Romo y tan buenos anfitriones que he tenido en esta tierra. Lo bueno de andar por la vida desparramando letras es que uno puede dedicarse a la vagancia libresca y vivir días como este 10 de marzo. Gracias Durango.
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