La tarde del 2 de abril de 1903 la sangre cubrió la Plaza Zaragoza de Monterrey cuando integrantes de la Gran Convención Electoral Nuevoleonesa que apoyaban la candidatura del abogado Francisco Reyes se enfrentaron a las fuerzas del orden que defendían (en teoría) al gobernador Bernardo Reyes, quien retornaba a Nuevo León tras dejar la Secretaría de Guerra y Marina. Los convencionalistas eran en su mayoría estudiantes o jóvenes profesionistas egresados del Colegio Civil, periodistas y activistas de la clase media. El festejo del 36 aniversario de la Batalla del 2 de abril (máxima gloria militar porfirista) fue el pretexto que hizo chocar a dos marchas integradas por facciones antagónicas. El saldo final fue de nueve muertos y más de setenta heridos frente al Casino Monterrey. Suficientes testimonios coinciden en que Bernardo Reyes nada tuvo que ver con el zafarrancho, que habría sido maliciosamente provocado por positivistas porfirianos venidos de la capital, quienes estaban muy interesados en sabotear la carrera política del gobernador de Nuevo León, quien siempre fue visto como el potencial sucesor de don Porfirio en la silla del águila. La revista Relatos e historias en México ha tenido a bien narrar la anécdota en su número de abril.
Lo cierto es que en mi estado natal las pasiones políticas suelen desbordarse. Recuerdo cuando siendo niño vi en agosto de 1985 a decenas de miles de panistas enfrentarse a golpes contra la policía para exigir la renuncia de Jorge Treviño, que en un descarado y grosero fraude le robó la elección a Fernando Canales Clariond (nadie me lo contó, yo estuve ahí).
Desde mi lejanía bajacaliforniana veo cómo en Nuevo León los ánimos se calientan y la guerra sucia se recrudece. Yo no tengo duda alguna: si todavía viviera en Monterrey mi voto sería para Jaime Rodríguez. No lo admiro ni me seduce su discurso (con toda franqueza me gustaría más un Fernando Elizondo) pero resulta que el Bronco es el camino más corto y a la mano para evitar que se burlen de nosotros. Me dicen que el Bronco es un ex priista de vieja guardia y no lo dudo. Tan ex priista como fue Salvador Nava en San Luis Potosí, quien fue el primer candidato independiente en ganar una alcaldía en 1958. Tan ex priista como Cuauhtémoc Cárdenas en 1988. Ex priista, sí, pero hay un abismo de diferencia entre ganar una elección con todo el aparato de un gobierno, un partido y sus medios de comunicación aliados, que en Nuevo León son particularmente nocivos (saludos arquitecto Benavides y María Julia) que ganarla construyendo una candidatura en la calle y las redes sociales. Me dicen que lucra con el hartazgo y la impotencia. En todo caso es más digno votar furioso que votar motivado pro un vale de Soriana.
No se hagan bolas ni se compliquen la vida paisanos míos. Ivonne Álvarez es un insulto a la historia de Nuevo León, un escupitajo a su dignidad. El triunfo de Ivonne significa cagar en la cara de mil y un empresarios, académicos, trabajadores y líderes sociales que con dignidad construyen y han construido Nuevo León. En serio mis paisanos, piénsenlo: habemos casi cinco millones de nuevoleoneses. Cinco millones. Evaluándolos a todos ¿de verdad Ivonne es lo mejor que tienen? ¿Ese aborto de la telebasura es su mejor carta para los próximos seis años? Qué bajo han caído. ¿Tienes tan poca dignidad y autoestima como para permitir que te gobierne esa porquería? Digo, una cosa es que no podamos meter en la cárcel a Rodrigo Medina (y aún no pierdo mis esperanzas) pero de eso a entregarle mi estado natal a esa basura hay un largo trecho.
El voto por Jaime Rodríguez es la naturalísima reacción de un ciudadano que actúa movido por un sentimiento tan humano como el hartazgo. Y el voto del hartazgo es más digno que el voto del suicidio. (DSB)
Tuesday, May 12, 2015
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