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Río Tijuana le llaman y aunque de piedra es su lecho, hay eneros apocalípticos en los que se acuerda de llevar agua. Surge en alguna altura de la Sierra de San Pedro Mártir y sin pasaporte cruza a desembocar en un estuario del lado estadounidense. Sus furias repentinas y sus crecidas sin heraldo marcaron la pauta y el biorritmo de la idílica Sodoma de los veinte. Sobre un puente tembeleque y suicida llamado La Marimba cruzaron las sedientas gargantas cuya derrama triplicó la población de la ciudad en tan solo una década. De sus desbordes surgieron leyendas de catástrofes bíblicas y de sus lodos brotaron destinos casi siempre torcidos.