A él suelen pedirle todos los días, a toda hora y la inmensa mayoría de las veces le piden dinero. Yo acudí a su puerta a pedirle una sola cosa: “Cuéntame tu vida, cuéntamela toda” y él accedió.
I
Es inevitable: cuando hay una dosis de tensión en mi cabeza busco refugio en una librería. De pronto se juntan cuatro o cinco desafíos engorrosos de la vida cotidiana, el internet está caído, el teléfono ocupado y yo siento la necesidad de refugiarme al menos diez minutos en la Librería El Día. Mirar portadas, dorsos, títulos e imaginar los universos ocultos que yacen en las páginas de los libros que nunca leeré.
II
Mientras aguardo la caída de un ratón en su trampa, pienso que la mejor campaña de mercadotecnia contra el tabaquismo es la rata muerta en las cajetillas. ¿Fumar mata a las ratas? ¿Fumar te transforma en roedor? ¿Fumar hace que te salga cola? Lo único que sé es que nadie quiere tener nada que ver con eso y la manera más efectiva de sentir repugnancia por el tabaco es asociar el humo en tus pulmones con una cola de rata.
III
Hace poco entrevisté a un animador de la televisión al que le ha dado por buscar el nirvana. Me habló con tal convicción y sentimiento de las delicias de ser vegano, del asco que siente por la carne y de la energía que le contagian los jugos verdes y los aguacates, que casi me convierte a su credo. Desde un tiempo para acá, tengo la sospecha de que hay cierta mostrenca energía flotando en el aire, un arsenal desperdiciado que tiramos a la basura, pero aún así sigo considerando al budismo, al yoga, al Tíbet el colmo de lo snob. Todavía no conozco al primer budista pobre.