Eterno Retorno

Wednesday, August 10, 2011




1

La pobreza jamás se niega a sí misma. La pobreza no se puede ocultar. La pobreza yace instalada en el rostro, en la mirada, en la actitud, en toda esa inmensa carga de humillación e inseguridad que sale a la superficie humana sin pedir permiso.

2

Una entrevista puede ser una terapia o una suerte de confesión; o al menos yo me sentí un poco terapeuta y un poco confesor cuando doce personas me hablaron de sus vidas, de sus sentimientos, de sus temores, de sus anhelos y del cordón umbilical que los une a nuestra madre Tijuana.
Sí, debo admitirlo: me gusta el rol de entrevistador

3

Miedo a olvidar. Miedo a sentir mi disco duro diluirse al vacío ¿Dónde carajos leí ese pasaje, ese dato, esa frase? ¿La leí o la soñé? Señores del olvido; dioses de la memoria moribunda; de los mil y un días que se han ido en blanco; de las ciudades reducidas a una imagen de dos segundos; de los rostros difusos cuyos nombres he olvidado. La vida nos deja por herencia unas cuantas imágenes en agonía de eso que creímos fue nuestra historia

4

Aquí es otra parte, un entorno disfrazado, una ciudad-actriz que se viste para los ojos del recién llegado, del que la imagina en la lejanía girando al azar un mapamundi, alucinando cómo será esa remota Tijuana, tan del Oeste, tan del caos; tan del vicio y el surrealismo. E imaginarás y construirás tu propia narrativa en torno a una ciudad que para mí no existe aunque cruzo todos los días sus calles. Una ciudad oculta que corre paralela, como un río invisible, como una realidad aparte, como una sociedad de fantasmas que cohabitan tu espacio.

5

Por fuera el Hipódromo siempre me había parecido un sitio siniestro; por dentro me pareció decadente y descuidado, inundado por una atmósfera opresiva de color rojo. Si algún día hubo glamour en ese sitio, sin duda había muerto hacía mucho, muchísimo tiempo. Dostoievski y Lemmy Kilmister me han enseñado a asociar el juego con el fluir de adrenalina, pero aquello más bien era un invernadero de almas en coma donde lo más vivo parecía ser la liebre eléctrica que perseguían los galgos. Seres crepusculares yacían enajenados con la mirada perdida en maquinitas o pantallas de televisión que escupían carreras desde sitios remotos. Aquello me hizo evocar alucinaciones infantiles en noches de fiebre. Por primera vez penetraba al laberinto del Minotauro y nadie por fortuna parecía reparar en mi presencia.