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Entre vigilias y duermevelas de un mundo antiguo en metamorfosis hacia una modernidad nonata, el sueño de la razón se dedica a parir monstruos. Una cabeza donde yace la humanidad entera, circundada por demonios y pájaros verdugos, nocturnos heraldos prófugos del pincel hechicero de Francisco de Goya y Lucientes. Nadie como El Sordo ha podido plasmar en el lienzo los claroscuros del alma humana. El hombre que de día pintaba a la familia real y por la noche retrataba los bajos fondos madrileños. Negras pinturas y absurdos caprichos, borbones monarcas decadentes, brujas volando en siniestros aquelarres, déspotas ilustrados y la desnudez de una maja que no se deja besar. Al perderse en un cuadro de Goya, el Universo vuelve a ser infinitamente extraño, un todo edificado con los fragmentos de un oscuro alfabeto, la cordura patinando sobre una delgada capa de hielo a punto de romperse. Y tan caprichoso es el destino, que los Caprichos de El Sordo fueron huéspedes de Tijuana por unas cuantas semanas y acaso por las noches, su fantasma, prófugo de una sala de museo, sea el huésped del sueño de nuestra razón. DSB