Con feroces tempestades apocalípticas (diría la chica del pronóstico del tiempo) el Invierno dice adiós a Baja California. Domingo helado, de vientos salvajes, de cielos hostiles. Bienvenida Primavera. La liebre loca de marzo danza empapada. Los Idus se fueron sin cuchillos ni sangre.
La Doncella de Hierro ha tocado en Monterrey. La Mejor Banda del Universo al pie del cerro que me vio nacer. Lo que hubiera dado por estar ahí.
INTRO
Hay pequeños grandes placeres por los que la vida merece la pena ser vivida. Poder contemplar el Sol ocultarse cada tarde tras las Islas Coronado mientras sus rayos se desparraman sobre las aguas del Pacífico es uno de ellos. La vecindad de este bestial océano, que no parece conocer un minuto de paz, es hedonismo puro, un privilegio de ser bajacaliforniano. La mañana del viernes 11 de marzo recibí algunas llamadas de angustiados familiares que me exhortaban a salir rápido de casa e internarme tierra adentro tan lejos de la playa como fuera posible, pues los profetas del desastre ya hablaban de la inminencia de un tsunami sobre las costas bajacalifornianas. La catástrofe nipona, se intuía, habría de replicar irremediablemente en la Península. Por fortuna los científicos ensenadenses, con las armas del saber en la mano, se encargaron de sosegar a los heraldos del Apocalipsis. Los cuatro jinetes otra vez nos han dejado esperando.
Dedicado a mi amigo Gerardo Ortega que en días pasados ha tomado una de las decisiones más sabias de su vida. Nací en la Sultana, pero me enamoré de la Cenicienta ¿Qué chingados quieren que haga? Chutaos esto que he escrito para La Huella del Coyote (¿cojo?)
El matrimonio del Sol naciente y el Brazo poderoso
Por Daniel Salinas Basave
Le llamamos Lejano Oriente y Marco Polo nos enseñó a concebirlo como el non plus ultra de lo remoto. En nuestros bajacalifornianos atardeceres, mientras el Sol se oculta tras las Islas Coronado, podemos fantasear con que allende la mar, miles de millas náuticas más allá del horizonte, se encuentra esa tierra mítica y fascinante que nos cuenta historias milenarias mientras intenta dirigir la caótica orquesta de la economía mundial. Nuestro Pacífico, cuyas olas no suelen conocer un momento de paz, se transforma de pronto en una pequeña laguna, un charco donde a tiro de piedra yacen los puertos con los que compartimos algo más que el riesgo de un tsunami. En lo cultural y en lo económico, Asia está más cerca de Baja California que del resto de Latinoamérica (aunque acaso Perú tenga algo que decir al respecto) Nuestra convivencia con lo asiático es tan cotidiana, que el adjetivo lejano acaba por resultar mentiroso cuando en Baja California hablamos de Oriente.
No es exagerado afirmar que los primeros pescadores bajacalifornianos que se tomaron la pesca en serio y en serie, fueron japoneses, así como los primeros algodoneros fueron chinos. En tiempos de Porfirio Díaz había más pescadores japoneses que mexicanos atrapando abulones frente a las costas ensenadenses de la misma forma que hubo un tiempo en que en el que los chinos fueron mayoría en el Valle de Mexicali, si bien también hubo una importante presencia nipona en los algodonales cachanillas. Imposible narrar la historia de los campos algodoneros sin esas oleadas migrantes procedentes en su mayoría de Cantón, capaces de sacarle la lengua a la hostilidad del clima y del entorno. Hace poco, tuve la oportunidad de platicar con Adelaida Ojeda Márquez, una lúcida mujer centenaria que cumplió un siglo de vida en noviembre de 2010. Oriunda de Santa Rosalía, llegó al Valle de Mexicali en 1916 con las primeras migraciones de campesinos mexicanos a los ardientes algodonales. Adelaida lo recuerda bien: en aquellos años los mexicanos eran minoría frente a la avalancha asiática y en los campos cachanillas el cantonés se imponía al español. Algo similar sucedía en las costas ensenadenses donde abulones, atunes y sardinas eran pescados por manos japonesas, mientras que en Maneadero impulsaban el cultivo de hortalizas. En noviembre de 1888, en pleno esplendor del porfiriato, México y Japón firmaron el Tratado de Amistad y Comercio que abrió las puertas de nuestro país a los primeros inmigrantes nipones. Para nadie es un secreto que la península de Baja California fue objeto del deseo del Imperio del Sol Naciente. Se puede desparramar demasiada tinta al respecto y elucubrar teorías de conspiraciones diplomáticas y pactos en la oscuridad, pero lo cierto es que los pescadores japoneses fueron omnipresentes en las costas bajacalifornianas en los primeros años del Siglo XX, tema que generaba noches de insomnio y pesadilla en los Estados Unidos, donde la prensa radical conservadora advertía los riesgos de una inminente colonización de Baja California por Japón.
Vaya, no es una casualidad que el fotógrafo que inmortalizó las imágenes de la Tijuana más antigua, haya sido un japonés: el inmortal Nonaka. Además de la pesca, los nipones pueden ostentar la paternidad de la fotografía profesional en Tijuana, pues el de Nonaka fue el primer estudio fotográfico de la naciente ciudad. Genaro Nonaka, heredero del clan, es actualmente presidente del Patronato del Archivo Histórico de Tijuana y sigue disparando su cámara a la menor provocación. La historia de su padre, fundador de esa dinastía migrante de fotógrafos, tiene anécdotas que alucinarían a cualquier novelista. Una de ellas, es el hecho de haber sido él quien sacó el cuerpo del sanguinario lugarteniente villista Rodolfo Fierro de la laguna chihuahuense donde se ahogó. Buceador experto con pulmones de acero, Nonaka fue el único capaz de recuperar el cuerpo del carnicero.
En su ambicioso ensayo Inmigrantes japoneses. Baja California 1935-1945, Catalina Velásquez proporciona abundantes datos contenidos en los censos poblacionales de las primeras décadas del Siglo XX. Aunque advierte que la cifra puede ser inexacta, el reporte oficial es que en 1921 había 405 japoneses viviendo en Baja California. La cifra podría parecer baja, pero hay que tomar en cuenta que en todo el territorio había apenas 18 mil habitantes de los cuales más de 5 mil eran extranjeros.
Cuando uno deambula por el Bulevar Industrial de Otay, de donde cada año salen dos millones de televisores hechos en Tijuana para el mundo, y al caminar por las líneas de producción de la planta de Toyota, al pie del cerro del Gandul, la única conclusión posible es que el matrimonio entre el Sol naciente nipón y el brazo poderoso bajacaliforniano ha dado algunos frutos. Si algo queda claro, es que hoy Baja California es el nuevo capitán de la Nao de la China, que en tiempos del virreinato desafió las tormentas las tormentas del Pacífico para ir a buscar seda y especias a cambio de productos americanos. Tras más de un siglo de convivencia, compartimos algo más que el omnipresente temor al apocalíptico tsunami.
Epílogo
La palabra japonesa gaman no tiene un exacto equivalente en el español, pero una posible traducción sería la de fuerza de espíritu y capacidad de sacrificio frente a fuerzas, naturales o humanas, devastadoras e incontrolables. En Hiroshima y Nagasaki en 1945 y en el cruel marzo de 2011, los nipones debieron sacar fuerzas de flaqueza y reservas de gaman. A nuestra manera, los bajacalifornianos hemos sabido construir en nuestro espíritu peninsular nuestros propios gamanes.