Ateísmo supersticioso
Mis creencias (o no creencias)
están llenas de contradicciones. Una de ellas es que soy un ateo supersticioso,
un racionalista a ultranza que cree en el animismo. Soy un hijo del Siglo de
las Luces, pero mi vida práctica está llena de pequeños rituales y a menudo acabo
actuando como si ciertos objetos tuvieran espíritu o vida propia. La semana
pasada pepené un anillo de calaca en el Pasaje Rodríguez. Lindo el condenado, al
puro estilacho del que ha utilizado siempre Keith Richards. Me quedaba al
centavo el pinche anillo. Ni apretaba ni resbalaba. Justita la canija calavera.
Pues bien, la calaca duró menos de 24 horas conmigo. A la siguiente noche de su
llegada simplemente desapareció y lo peor de todo es que se esfumó aquí en
casa. Tengo la sospecha de que los otros tres anillos del joyero no la
recibieron bien. Como que no hubo química entre ellos. La calaca se dio a la
fuga o acaso los otros tres la asesinaron (¿se puede asesinar a la Muerte?) y ocultaron
su cadáver. El caso es que mi anillo nuevo anillo se esfumó. Me lo pensaba
llevar de viaje, pero ahora pienso que no era su destino. Creo que alguna vez
les narré la historia de mi collar de Martillo de Thor que colgó de mi cuello
por más de 15 años y que se perdió en el accidente automovilístico que sufrimos
en Mulegé el 18 de agosto de 2019. Semanas después el Gran Jefe Bombero Alfonso
Villanueva lo encontró en la arena, pero yo interpreté que el mensaje era
claro: el objeto de poder ahora debía
estar con él y le dije que se lo quedara. Del mismo lugar de donde pepené el collar
(la plaza del Reloj Astronómico de Praga) procede la taza donde bebo café desde
hace 21 años. Cuando estoy en casa no acepto otra taza. Siempre bebo café en la
misma (y mira que bebo litro y litros de un café más negro que mi alma) El día
que esa taza se rompa o se pierda irrumpirá contundente y sin demora mi personalísimo
Apocalipsis.