Eterno Retorno

Saturday, March 22, 2025

Ciudad aérea, hostil duermevela

 


Desde hace tiempo su mala salud es charla de sobremesa entre familiares y subalternos y al no tener hijos para heredarles su fortuna, su muerte es un botín aguardado con ansia e impaciencia. Livio no quiere pensar más en eso. Sólo al momento de ser elevado por el elevador de la torre Auriga sintió  el paulatino retorno de la serenidad a su ritmo cardiaco. Contra esos ataques no hay mejor medicina que la contemplación de la ciudad  desde la altura de su ventanal. El paraíso, la plenitud, lo inmaculado sólo pueden existir en las alturas, se dijo al mirar la noche sampetrina salpicada de neón. En las alturas no hay perros muertos ni infectos pordioseros moribundos. En el imaginario cristiano el hombre virtuoso asciende a los cielos y el malvado desciende a los infiernos. La liberación sólo es posible elevándose, pero sus pesadillas son  pertinaces y  ascienden junto con él en el ascensor, viajan en el helicóptero y brotan furtivas y traicioneras en la zona límbica de la madrugada.

Ahora está despierto, coronado por el sudor frío y sin acertar a borrar las imágenes que irrumpen como infernales diapositivas: perro muerto, acróbata mutilado, manos pringosas, baba en su mejilla. La cama lo expulsa. Imposible permanecer bajo las sábanas cuando en su mente desfila el museo de los espantos. Descalzo camina por la habitación a oscuras hacia el gran ventanal panorámico de la sala. El único sosiego posible es certificar con la mirada los cientos de metros que lo separan del pestilente suelo, pero ni siquiera la visión de la ciudad desde el piso 39 alcanza a consumar inmediatamente su exorcismo. Livio permanece largos minutos con el rostro pegado al cristal, construyendo veredas de neón con la mirada, tratando de ubicar puntos exactos en la cartografía urbana del municipio con mejor nivel de vida en Latinoamérica.  San Pedro aún duerme.

La terapia de Livio consiste en contar el número de ventanas iluminadas en las torres vecinas. Juega a imaginar cuántas de esas luces han sido encendidas por insomnes como él  - acólitos en la secta del mal dormir- y cuántas son de madrugadores que se preparan para recibir el amanecer corriendo en algún parque.  A las cinco de la mañana aún son muchas más las ventanas oscuras pero conforme los minutos transcurren las luces van brotando entre las moles durmientes de concreto. Es entonces cuando con brutal claridad irrumpe la imagen de la ciudad aérea que ya nunca lo abandonará.