500 años del Águila que Cae
Ocurrió hace exactamente 500 años y sabemos que era Martes de Carnaval o de carnestolendas. Destronado, prisionero y con los pies quemados, Cuauhtémoc (o Guatemuz, Guatemuzin o Cuauthimoc) murió colgado de una ceiba, árbol sagrado maya.
Yo sigo recurriendo a Bernal Díaz del
Castillo como la fuente fundamental cuando de la Conquista hablamos, aunque hoy
digan que fue un impostor o un prestanombres.
Nos dice Bernal que “sin saber más probanzas,
Cortés mandó ahorcar a Guatemuz y al señor de Tacuba, que era su primo. Antes
de que los ahorcasen, los frailes franciscanos los fueron esforzando y
encomendando a Dios con la lengua doña Marina. Y cuando le ahorcaban, dijo
Guatemuz: “¡Oh Malinche, días hacía que yo tenía entendido que esta muerte me
habías de dar y había conocido tus falsas palabras porque me matas sin
justicia!”
Su condición de soldado español, no impidió a
Bernal lamentar la muerte del Águila que Cae en su crónica inmortal:
“Verdaderamente yo tuve gran lástima de
Guatemuz y de su primo, por haberlos conocido tan grandes señores”.
En su Libro Rojo, Vicente Riva Palacio y Manuel
Payno se permiten describir a Hernán Cortés cortando la soga de los ahorcados
en un arrebato de arrepentimiento. Demasiado tarde: Cuauhtémoc y
Tetlepanquetzal ya eran cadáveres. En lo personal, creo que Cuauhtémoc se debió
dar muerte a sí mismo cuatro años antes, cuando fue capturado en una barca en
el Lago de Texcoco o acaso Cortés le debió tomar la palabra cuando el derrotado
emperador le pidió “toma ese puñal y mátame con él”. Después del 13 de agosto de
1521 lo que siguió para Cuauhtémoc fue tormento, cautiverio y humillación.
En su novela sobre tenistas del Renacimiento,
Muerte súbita, Álvaro Enrigue habla del caído emperador como el rey feo que
debe morir en Martes de Carnaval. “Jugó, cojo, manco y encadenado, el papel más
bien obvio de rey feo que debe morir para que el mundo se sumerja en las aguas
originales del Miércoles de Ceniza al día siguiente y amanezca, cuarenta días
después, salvado”.
Según Enrigue, Cortés le dio a Marina el pelo de Cuauhtémoc para que le hiciera un escapulario. Afirma que la cabeza fue clavada en la ceiba y el cuerpo cortado en pedacitos. También dice que el Águila murió en la penumbra “por garrote” y no colgado del árbol. Muerte súbita es sin duda una novela sui generis que vale la pena leer, aunque Enrigue comete muchos errores. Dice que Cortés murió de 67 años (en realidad tenía 62); que fueron los tlaxcaltecas quienes apresaron a Cuauhtémoc; se refiere a la expedición a Las Hibueras como Hubieras (sospecho que es ironía o fino humor); que todos los descendientes varones del conquistador (llamados Martín) fueron muriendo uno a uno ahorcados. Por inexactitudes no paramos. En fin, es novela, no historiografía y yo la he disfrutado. Y… ¿en qué estábamos? Pues eso, que hoy es 28 de febrero y hace medio milenio el Águila cayó