200 años del parricido del Rey Criollo
Fue el caudillo whitexican por excelencia, el auténtico rey criollo y
hace exactamente 200 años lo llenaron de plomo en un paredón de Padilla,
Tamaulipas. Yo sé que a la historia oficial se le retuercen las tripas e improvisan
mil y una maromas para negarle su lugar, pero queramos o no y por
incómodo que resulte, el consumador de la Independencia de México se llama
Agustín de Iturbide. Tal vez si quisiéramos colocar a Iturbide en
el contexto actual sería una especie de Samuel García abanderando al Movimiento
Ciudadano con afanes de reyecito pedante. Odioso, de acuerdo, fifí hasta
la médula, pero si queremos otorgar a alguien el título de Padre de la Patria,
le corresponde con muchos más méritos a Iturbide que al malogrado y fallido
Miguel Hidalgo. Hiere aceptarlo, pero la Independencia la firmaron las élites,
no las masas. Fue en el templo fifí de La Profesa y no en la humilde parroquia
de Dolores donde se cortó la cadena umbilical que nos mantenía unidos a la
Corona Española.
Que como jefe realista don
Agustín llegó a ser un desalmado hijo de su putísima madre no voy a negarlo.
Fue tan ególatra y oportunista como cualquier político mexicano actual,
capaz de cambiar de partido y camiseta anticipando la dirección del
viento. Era un grandísimo cabrón, de acuerdo, pero con la suficiente visión y
capacidad de negociación para saber que la Independencia podía conseguirse con
acuerdos políticos y no con revueltas populares. Al final, como a tantos
políticos mexicanos, le ganó el ego. Quiso que el gran día de la Independencia
coincidiera con su cumpleaños y por ello retrasó la entrada del Ejército
Trigarante a la Ciudad de México hasta el 27 de septiembre. Tampoco resistió la
tentación de desviar la trayectoria del desfile para ir hasta el balcón de su
amada Güera Rodríguez para entregarle una flor.
Era el gran líder de
un reino que llegaba desde las Montañas Rocallosas en Colorado hasta Costa
Rica. Una descomunal nación embrionaria que no sabía caminar por sí misma.
Se dejó seducir por el adulador canto de las sirenas y se hizo coronar emperador
y cuando su improvisado y fallido congreso empezó a resultar incómodo,
simplemente lo suprimió y se convirtió en monarca absoluto. Fue su suicidio.
Apenas diez meses duró su efímero imperio.
Se fue exiliado a Livorno y
Bath pero nuevamente las adulaciones
sedujeron sus oídos y decidió embarcarse de regreso al país sin saber que el
Congreso lo había declarado traidor a la patria y lo había condenado a muerte
en ausencia. Imaginó que al desembarcar en México lo aclamaría una multitud
enfebrecida, pero se encontró con una desierta playa tamaulipeca en donde de
inmediato fue aprehendido sin oponer resistencia. Dicen que lo reconocieron por
la forma de cabalgar. Dado que el Congreso ya lo había condenado, la sentencia
fatal se ejecutó sin demoras. Agustín de Iturbide fue fusilado el 19 de julio
de 1824 en Padilla, Tamaulipas. Ocho años después, Manuel Mier y Terán, el
ministro de guerra que firmó su sentencia de muerte, se suicidó frente a la
tumba de Agustín enterrándose una espada en el vientre. Hoy, la tumba y el
paredón donde cayó el malogrado emperador mexicano yacen bajo el agua de una
presa