Pepenador de libros soviéticos
Tal vez la Unión Soviética fracasó política y administrativamente, pero
eso sí: que chulos libros editaban. Dentro de mi magro carrito de compras de la
Feria TJ 2024, este ejemplar fue la joya: Así se templó el acero de Nikolái
Ostrovski, el gran clásico del realismo socialista, publicado en 1932.
Conseguí esta edición moscovita de dos tomos por 250 pesitos. Ganga
absoluta. Me cuesta trabajo creerlo,
pero sus 36 y medio millones de ejemplares lo convierten en el libro más
vendido en lengua rusa, superando por unos 400 mil a Guerra y Paz de Tolstói.
Vaya, me es difícil creer que esté por encima de Ana Karenina, Doctor Zhivago,
Crimen y Castigo o La Madre, pero tal vez influyó en que por motivos
propagandísticos se distribuyó masivamente durante el stalinismo. Nacido en
Ucrania en 1904, Nikolái Ostrovski fue
un bolchevique que vivió apenas 32 años. Estaba enfermo de esclerosis múltiple
y fue dos veces herido durante la guerra civil rusa, pero tenía una voluntad
encabronada y no se achicopalaba ante la adversidad.
Padezco una confesa debilidad por los libros soviéticos. Están editados
con toda la mano. Papel fino, pastas duras, bellas ilustraciones. La Unión
Soviética ponía empeño y cuidado en traducir sus libros y distribuirlos por el
mundo entero. No es que albergue una multitud de ejemplares en mi biblioteca,
pero los que tengo son todos muy bellos. El primero fue un volumen ilustrado
llamado Cuentos de la historia rusa que me regaló mi mamá en la infancia. Eran
relatos rusos que iban desde la época de Pedro el Grande a la Segunda Guerra
Mundial y la era bolchevique. Después he logrado pepenar lindas ediciones
soviéticas de cuentos de Chéjov y Gógol.
Además, como sucede con los libros antiguos, la magia empieza por las
marcas y señuelos de sus antiguos dueños, empezando por la dedicatoria: “Para
el caro amigo, doctor Jesús González Posada: con expresivo afecto, con ardiente
simpatía…Guillermo Padilla. Septiembre de 1957”. Esta es la magia que jamás me
proporcionará un libro electrónico. Imagínense: hace 67 años alguien regaló el
libro que tengo ahora en mis manos. ¿Qué habrá sido de Jesús González y
Guillermo Padilla? Si en 1957 Jesús ya era doctor, deduzco entonces que eran
adultos y si el regalo era precisamente ese libro, es porque tenían filias
socialistas. ¿Qué habrá sido de ellos? Asumo que ya murieron. ¿Cómo llegó ese
libro a una mesa de remate en Tijuana? Lo ignoro, pero les juro que hay una
dosis de embrujo en el acto de abrirlo y releerlo. Este tipo de canijos placeres trae
consigo la indomable pepena libresca.