Eterno Retorno

Tuesday, May 07, 2024

Nuevo León cumple dos siglos

 

 


Este día Nuevo León cumple 200 años como estado libre y soberano. Se dice muy fácil y cualquiera pensaría que estamos celebrando la firma de un ordinario decreto burocrático, pero el que hoy mi estado natal exista y se haya convertido en lo que es, no deja de parecerme un milagro de aquellos. Vaya, si analizamos la baraja de posibilidades, nos tocó la más improbable y en apariencia menos favorecedora. Podríamos haber sido una descomunal provincia norestense,  habernos escindido en una republiquita mostrenca o ser absorbidos por los siempre hambrientos Estados Unidos. Cualquiera de esas era más factible, vistas las circunstancias.

Un judío converso de origen portugués llamado Luis Carvajal y de la Cueva llegó en 1582 con la encomienda de colonizar 200 descomunales y desiertas leguas de tierra árida y baldía. Pobló el terruño con migrantes tlaxcaltecas y judíos perseguidos.  Nuestro escudo era un leoncito blanco con fondo rojo, muy similar al que hoy usa el fosfogober Samuel. Dos siglos y medio después, durante el efímero Imperio Mexicano de Agustín de Iturbide, nos convertimos en Provincia Interna de Oriente y territorialmente abarcábamos lo que hoy son los estados de Texas, Coahuila, Tamaulipas y Nuevo León. Un verdadero animalón norteño de cortísima vida. Mucho de lo que hoy somos como República, se definió en los apasionados debates entre mi paisano Fray Servando Teresa de Mier y el Comanche Ramos Arizpe. Tomando en cuenta que el país era como un niñote gigante apenas destetado de la gran ubre imperial española, Padre Mier creía que debíamos mantener nuestra vocación típicamente centralista, pero el Comanche, diputado en las Cortes de Cádiz, regionalista por  vocación  y admirador de la Constitución gringa, creía en el federalismo a ultranza y se pronunció por fragmentar la descomunal provincia en cuatro estados. En el reparto del pastel, por cierto, nos tocó la pieza geográficamente más jodida de todas:  sin salida al mar, sin frontera y sin conexión con el camino real que llevaba a la Ciudad de México. Aislados y encajonados entre montañas,  elegimos a nuestro primer gobernador constitucional, José María Parás (el chozno del Nati), lanzando una moneda al aire, porque la elección en el primer Congreso local la empató con Antonio Rodríguez, quien provisionalmente gobernaba el recién partido territorio. Durante buena parte del Siglo XIX nos mantuvimos despoblados y en virtual aislamiento, rehuyendo las veredas infestadas de bravos apaches y sanguinarios bandoleros. En 1840 fuimos por unos meses República del Río Grande con capital en Nuevo Laredo y con Canales como caudillo. Los gringos pusieron su bandera en el Obispado en 1846 después de una heroica defensa y me sigue pareciendo un milagro que no nos hayan abducido. Con Santiago Vidaurri, el gran enemigo de Juárez, germinó el primer embrión de nuestra revolución industrial que se consolidaría con Bernardo Reyes como gobernador e Isaac Garza como primer gran caudillo empresarial. Nació la fábrica de hilados La Fama, luego una cervecería; luego una vidriera para envasar la cerveza en botellas; luego una acerera para ponerles corcholatas, luego un chingo de sueños guajiros como una planta de autos eléctricos y un nuevo estadio para Tigres que a la fecha no dejan de ser una ficción y el resto es historia colegas. Confieso que me costaría horrores adaptarme a volver a vivir ahí y pienso que la mejor decisión de mi vida fue autoexiliarme, pero aún así le guardo un gran cariño a ese improbable terruño que me vio nacer. Felices dos siglos mi Nuevo León. Aunque mejor de lejitos, pero sabes bien que te quiero un chingo.