Hoy le he dado cuatro besos a la Muerte
Sebastián y yo compartíamos algo más
que la vocación suicida. Ambos éramos descendientes de exiliados. La diferencia
estaba en que yo era una exiliada de tercera generación que sólo conoció España
y la Guerra Civil a través de los relatos de la abuela, mientras que Sebastián
había nacido en Argentina en plena dictadura y había huido del país oculto en
una cajuela con sus padres siendo un bebé de meses. Su padre, un enólogo que
había trabajado en los viñedos de Mendoza, encontró su sitio en el mundo en Valle
de Guadalupe. Su madre, practicante de ese ritual de argentinidad llamado
psicoanálisis, nunca logró descifrar la lujuria suicida de su hijo único. Flaco
hasta el demacre, narizón y de abismales ojeras, la figura de Sebastián rayaba
en lo etéreo. Lo suyo no eran propiamente intentos de suicidio, pues su
habilidad consistía en acercarse tanto como fuera posible a la Muerte y
salvarse en el último segundo. Sin embargo, más allá de su adicción a la
adrenalina, Sebastián en verdad deseaba morirse, aunque su suicidio no sería en
absoluto un ritual sosegado de
romanticismo gótico. A diferencia de mí, su temperamento no era reflexivo o
contemplativo y rara vez se expresaba con palabras. La vida cotidiana de
Sebastián consistía en estar a punto de morirse varias veces al día. Se
atravesaba a los carros, se ponía enfrente del tren, desafiaba olas asesinas,
corría en contra por avenidas transitadas, tomaba cables de alta tensión o simplemente se ahorcaba compulsivamente.
Por supuesto, probó muchas veces la masturbación con asfixia. Aunque lo suyo no
eran los símbolos y las metáforas,
alguna vez trató de describirme la sensación orgásmica que experimentaba
ante la cercanía de la Muerte. Había que acercarse a la Muerte tanto como fuera
posible hasta sentir su tacto y su aliento y después dar un salto al
costado. La Muerte siempre camina a
nuestro lado, siempre está mucho más cerca de nosotros de lo que pensamos,
pero ese preciso microsegundo en que podemos sentirla acariciarnos es
algo incomparable, mucho más potente que
cualquier orgasmo. Hoy le he dado cuatro
besos a la Muerte, pero ayer le di siete, solía decirme Sebastián.