El chilpayate como personaje literario
Las figuras paternas han acaparado la literatura hasta la indigestión.
Hace cuatro siglos ya teníamos a un espectro chantajeando al siempre dubitativo
Hamlet y hace 105 años Kafka le escribió una desgarradora carta de 103
cuartillas al odioso Hermann. Hace 70 años Juan Preciado se fue a Comala buscar
a su padre, un tal Pedro Páramo y bueno, la mata sigue y seguirá dando. La sombra castrante o la desoladora ausencia del progenitor
han desembocado no pocas veces en arroyos de puro néctar narrativo, pero si
quieren que sea brutalmente honesto, ya chole con esto de escribir sobre papá.
Al menos yo nunca lo haría pues en torno a mi experiencia como hijo no tengo
nada extraordinario ni interesante que narrar. En ese sentido, es muchísimo más emocionante y transformadora mi
experiencia como padre. Comparados con los libros en torno a figuras paternas,
son pocas las obras narradas desde la mirada de papá a su hijo pequeño. Al
respecto no tengo dudas: lo más cabrón que he leído es La carretera de Cormac
McCarthy que leí justamente en el año en que debuté como padre, lo cual hizo aún
más fuerte la experiencia. Ahora llegan a mis manos dos diarios de paternidad
publicados casi simultáneamente: Literatura infantil de Alejandro Zambra y Un
hijo cualquiera de Eduardo Halfon. Los dos son señores latinoamericanos de mi generación
que al igual que yo, debutaron como papás estando ya algo mayorcitos. Zambra es
chileno nacido en 1975 y Halfon guatemalteco nacido en 1971. De Zambra me
encantó su novela Poeta chileno (y me aburrió Formas de volver a casa) y de
Halfon me gusto su híbrido ensayo El ángel literario, que a la fecha es lo
único que he leído de él. Ambos libros comienzan con el momento apoteósico en
que sus respectivos chilpayates llegan al mundo, en lo cual me hermano con
ellos. Yo también tuve la fortuna de ver nacer a mi hijo y recordaré por
siempre el instante como el más sublime y extremo terremoto emocional que he
vivido. “Contigo en brazos, por primera vez aíslo, en la pared, la sombra que
formamos juntos. Tienes veinte minutos de vida”, escribe Alejandro Zambra en el
primer párrafo de su libro. “Estuve ahí las siete horas que duró el parto de mi
hijo. Lo vi entrar al mundo. Oí su primer grito. Sentí en mis dedos su primera respiración”,
escribe Eduardo Halfon. Alterno ambas lecturas en desorden. Los hermana el
arranque, aunque no el estilo. En ese sentido (y perdón por comenzar con la
odiosa comparación), la narrativa de Zambra es mucho más fuerte, pues el
chileno en todo momento le habla a su hijo Silvestre, mientras que el guatemalteco
es más distante y por momentos parece hablar más de sí mismo que de su bebé. En
fin, ya les platicare cuando concluya.