La mortaja de Wolfie
Ardiendo
en fiebre y con el cuerpo totalmente hinchado, Wolfang Amadeus Mozart expiró en
la helada madrugada del 5 de diciembre de 1791. Por alguna razón es una fecha
que suelo tener presente. Su fallecimiento sigue estando rodeado de misterios y
contradicciones. Tenía solo 35 años. Semanas antes de su muerte, paseando por
el Prater con su esposa Constanze, el ya maltrecho Wolfang se puso de repente a
llorar: “Sé que he sido envenenado y voy a morir pronto. En realidad el Réquiem
lo estoy componiendo para mí mismo”, le dijo a su mujer. Esta anécdota ha
alimentado las múltiples teorías de conspiración sobre el envenenamiento de
Mozart. Hay quien dice que lo castigaron sus hermanos de la logia por revelar
secretos masónicos en La Flauta Mágica, aunque la teoría más popular y
machacada es la que coloca como villano a Salieri, misma que no se le ocurrió a
Milos Forman en Amadeus. En realidad ese rumor persiguió siempre a Salieri e
incluso un rockstar ruso de la época, como fue Aleksandr Pushkin, la transformó
en libreto teatral en 1830. Ningún historiador serio sostiene o avala la teoría
del veneno, pero en realidad no hay aval científico de nada, porque nunca hubo
autopsia. Entre los pocos aspectos en que hay plenas coincidencias, es en lo
hinchado que estaba su cuerpo y en lo rápido que se descompuso, al grado que
tuvieron que velarlo de pisa y corre afuera de la Catedral de San Estefan. No
fue un sepelio multitudinario, pero tampoco es cierto que lo hayan echado a una
fosa común de vagabundo como retrata Amadeus. Sí hay versiones que sostienen
que murió con las partituras del Réquiem desparramadas en la cama, pero es
absolutamente falso que Salieri haya estado en su departamento la noche de su
muerte. Todas las versiones coinciden en que fue amortajado de acuerdo al
ritual masónico, con una capucha negra.
Hace
casi 20 años, en noviembre de 2004, Carol yo estuvimos bebiendo vino caliente
afuera de la Catedral de San Estefan. A la fecha la recuerdo como una de las
peditas más alucinantes y embrujadas de nuestras vidas. Era de noche, nevaba y
sin embargo el vino nos mantenía calientes y energéticos. Recuerdo que al pasar
por una calle cercana a la catedral, alguien nos dijo: aquí estuvo el
departamento donde murió Mozart. El edificio original fue demolido a mediados
del Siglo XIX. Creo recordar (o acaso soñé) que en el lugar había una tienda de
artículos masónicos. Hacía un frío demoledor en Viena y la única certidumbre,
es que esa noche bebimos muchísimo.