Bernie y Sammy
Nuevo León y la silla
del águila no han sido nunca los mejores amigos. Con todo su poderío económico
a cuestas, mi estado natal no ha sido una tierra productora de presidentes. A
lo largo de 200 años de historia republicana, solo un hombre nacido en suelo
nuevoleonés ha ocupado la Presidencia de la República y les apuesto doble
contra sencillo, colegas, a que su nombre no les dice nada: se llama Valentín Canalizo
y gobernó dos brevísimos y turbulentos interinatos de meses entre 1843 y 1844. Sin
embargo, la historia de lo que pudo haber sido dice que el mejor gobernador de
la historia de Nuevo León (nacido paradójicamente en Jalisco), un tal Bernardo
Reyes, tuvo la mesa puesta para ser presidente de México en un momento clave de
la historia que acaso habría podido ahorrarnos un gran baño de sangre. Don Bernardo
gobernó Nuevo León por veinte prósperos años y en 1909 era el máximo e
indiscutible favorito para suceder a Porfirio Díaz, luego de que el oaxaqueño anunciara
que ya no se reelegiría. Reyes lo tenía todo: la edad, la popularidad, la
solidez, la experiencia. El partido reyista, fuerte en todo México, contaba con el respaldo pleno de los militares,
de la burguesía y la apenas naciente
casta industrial. Era su momento, su timing perfecto e inmejorable. Bernardo
Reyes habría llegado en caballo de hacienda a la Presidencia. Sin embargo, Porfirio
incumplió su promesa y decidió postularse una vez más y Reyes simplemente no
quiso enfrentarlo. Si Bernardo hubiera sido más bravo, ambicioso y tanatudo, pudo
haber presionado a Díaz para que no se postulara o de plano enfrentarlo en una elección
abierta, donde acaso le habría ganado. Pero Reyes, estoico y disciplinado como buen
soldado, no quiso enfrentar a su mentor y le dejó el camino libre a don Porfirio,
renunciando voluntariamente a la candidatura y yéndose a un autoexilio. La
tenía, era suya y la dejó ir. Se postuló
entonces un chaparrito espiritista de Parras llamado Francisco I. Madero y ya
sabemos colegas el merequetengue que se armó. Un año y medio después, cuando
don Porfi ya estaba desterrado en París y el chaparrón de la Ouija era presidente,
Reyes quiso regresar a México a recuperar los pasos perdidos e imaginó que sus
múltiples partidarios lo aclamarían, pero su tiempo había pasado. A lo bruto y
sin apoyo, intentó encabezar una sublevación en Lampazos, Nuevo León, pero
acabó rindiéndose y siendo aprehendido. Al ser un militar golpista, fue
condenado a muerte, pero Madero, siempre noble y magnánimo, le perdonó la vida
y lo mandó a la prisión de Santiago Tlatelolco en donde conoció a un tal Francisco
Villa. Poco después de un año, la madrugada del 9 de febrero de 1913, un golpe
militar encabezado por Manuel Mondragón (el papá de Nahuí Olín) liberó a Reyes
de la cárcel y lo puso al mando de las tropas. Don Bernardo llegó cabalgando dispuesto
a tomar Palacio Nacional y derrocar a Madero, pero la guardia leal al
Presidente encabezada por Lauro Villar no se rindió y rechazo el asalto a tiros.
Bernardo Reyes, el hombre que apenas tres años antes tenía la mesa puesta para
ser Presidente, murió acribillado a las puertas de Palacio como un golpista. El
papá de Alfonso Reyes no supo aprovechar su timing político ni supo interpretar
que éste ya había pasado. Una lástima, pues creo que habría sido un gran
presidente.
Exactamente 110 años después,
un gobernador de Nuevo León, de ínfima estatura política e intelectual si lo
comparamos con Reyes, sueña con la Presidencia de México, sin entender que, a
todas luces, este no es su momento. Por ciega ambición, por franca estupidez o
por oscuros pactos muy extraños, Samuel García quiso entrar como zapato a la
fuerza a la boleta electoral presidencial. Cuando se dio cuenta que sin
importar las artimañas que improvisara, el
Congreso elegiría un gobernador interino hostil a su proyecto, salió con que “dijo
mi mamá que siempre no” y decidió retornar a la gubernatura. Samuel puede ser
mamón, soberbio e insufrible, pero francamente no pensé que fuera políticamente
pendejo. Su patético sainete y la consecuente crisis de gobernabilidad que
trajo a Nuevo León, es el mayor ridículo político en la historia del estado. Vaya
manera de tirar a la basura un capital político en tiempo récord. Cierto, es
muy joven y tiene tiempo para volver a internarlo aprovechando que la memoria
del electorado es corta, pero este descomunal ridículo lo pinta de cuerpo
completo.