Eterno Retorno

Sunday, November 04, 2018

Una fronteriza postal de nuestro tiempo. Ayer al mediodía, al salir del aeropuerto, me entretuve un buen rato observando a los trabajadores que laboran en las obras de reconstrucción del muro primario. Bajo el sol de la hora del Ángelus, cinco hombres cavaban la zanja en donde colocarán unas barras de acero en forma de diamante de poco más de siete metros de altura. La mayoría de los trabajadores, por lo que pude ver, son mexicoamericanos aunque entre ellos hablan en inglés y uno de ellos lucía la bandera gringa en su casco. A estas alturas, ni siquiera me extrañaría que algunos sean indocumentados. Material para un buen cuento: la historia de un migrante sin papales que salta el muro y consigue chamba haciendo más alta la barda que acaba de saltar. Tampoco es tan improbable. Trump se vale de indocumentados para levantar su muro que en teoría impedirá a otros como ellos cruzar la frontera para buscar empleo construyendo los muros del futuro. Al parecer este es un trabajo demasiado rudo y mal pagado para los legales trabajadores anglosajones a los que el Trumpas dice proteger. Mejor que sean los migrantes quienes suden la gota gorda, dicen los gringuitos. La paradoja es que para poder cavar adecuadamente y fijar las varillas en la zanja, los trabajadores deben introducirse de cuerpo completo en territorio mexicano. Sería materialmente imposible completar adecuadamente la labor si no se colocaran de este lado, así que bien puede afirmarse que el muro se construye desde México. Si nos ponemos en plan muy soberanista, técnicamente es una invasión. Mi presencia, por cierto, ni siquiera les inmutó de la misma forma que su labor no parecía molestar a nadie. No se sintieron incómodos por las fotografías y tampoco hubo un solo automovilista que les gritara, pitara o mostrara algo parecido a una inconformidad. Tal vez en otros países imaginarían violentas protestas o movilizaciones sociales ante semejante escena, pero aquí en Tijuana esto forma parte de nuestra cotidianeidad, puro ritual de lo habitual. Cuando voy al extranjero a menudo me preguntan qué se siente vivir en una frontera dividida por un muro. Imaginan una suerte de Franja de Gaza, un Berlín de la posguerra y se sorprenden al enterarse de ésta calma chicha. La vieja barda de lámina carcomida, conformada con desechos de la Guerra del Golfo, solía ser desvalijada por los vagos de la zona. ¿Eran esos boquetes una forma de protesta contra el imperialismo yanqui? No, nada de eso. Sucede que los tecatos robaban la lámina para llevarla a las recicladoras y así juntar para su sagrado criko de cada día. Nuestros vecinos no saben para quién trabajan.