Es muy difícil vivir la vida sin anestesia y la auto-ayuda suele ser una receta simple, directa y efectiva como placebo; ideal para mentes muy débiles o básicas, con nula cultura y capacidad de auto-cuestionamiento.
Por ejemplo, me pongo a ver que en los barrios bravos de Tijuana y en las zonas más violentas, sólo hay de dos sopas: o eres drogadicto o eres evangélico. No hay de otra. Tienes que elegir entre la Biblia o la heroína (y muy a menudo un coctelito de las dos al mismo tiempo). La Biblia o el cryko son ideales para deportados, ex presidiarios, derrumbes humanos sin esperanza.
En cambio, la auto ayuda, el coaching y toda esa catarata de mierda es ideal para la clase media asalariada con deseos de superación. Lo que la gente quiere son recetas simplotas.
Pero al final de cuentas, aunque nos creamos complejos o seamos muy simples (lo somos, queramos o no, pues igual cagamos, sudamos, dormimos) todos necesitamos nuestra anestesia y nuestra tabla para no ahogarnos. Hay quienes depositan su fe en un líder político y en verdad los envidio, porque al menos por un breve tiempo creerán ciegamente que un país idílico es posible.
Pero claro, yo también recurro a mi anestesia y mis tablas podridas para no ahogarme. ¿Cuáles son? Miro a mi alrededor, en mi escritorio y en mis libreros y veo puros rosotros y nombres de escritores atormentados, que vivieron vidas bastante jodidas, muchos de ellos suicidas o autodestructivos. A ellos me aferro mientras bebo whisky y escucho canciones que me hablan de muerte, demonios, oscuridad y nihilismo. Esa es mi felicidad. A los amantes del coaching y la autoayuda les cuesta creer que alguien pueda sonreír de esa forma.
Thursday, October 04, 2018
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