todos tus muertos
De repente nuestras vidas se fueron llenando de muertos. El hallazgo de cadáveres se transformó en una de las formas del tedio cotidiano, un teatro de las redundancias, letanía de un disco rayado. Hoy por la mañana vi a empleados del Semefo recoger un cuerpo a un costado de la carretera Escénica. ¿Ejecución? ¿Accidente? Si es homicidio es entonces el número 130 o tal vez el ya el 150 en lo que va de enero. El tiempo que yo demore en escribir este texto será suficiente para que la cifra negra incremente. Pasar junto al lugar donde los cargadores de la morgue recogen un muerto se ha transformado en ritual de lo habitual en Baja California. Como en la era de la peste negra, los carretones con los cadáveres del día pasean por la aldea sin que nadie se sorprenda. A menudo me siento inmerso en un cuadro como El Triunfo de la Muerte de Pieter Brueghel. Hace no mucho me tocó ver otro cadáver a la misma altura de la carretera pero en dirección contraria. La diferencia es que a aquel le habían cortado la cabeza y el de hoy, según alcancé a ver, aún estaba completo. Ayer, por los rumbos de La Gloria, apareció la osamenta de un niño. A su lado había un muñequito de color azul. Instantes después aquel pequeño esqueleto era polvo de olvido. Nadie investigará ni habrá el mínimo seguimiento. Ese niño será para la eternidad un fantasma sin nombre, sin derecho a cuatro párrafos de nota en la más refundida de las páginas policiacas. Qué más da. Forma parte de nuestro paisaje: huesos humanos, llantas, tierra, perros atropellados, chatarra sin fin. Los muertos se van acumulando. En 2017 sumaron 1744 asesinatos tan solo en el municipio de Tijuana, pero si la tendencia sigue como en este enero, todo hace indicar que se batirá el triste record. En cualquier caso a la autoridad le importa poco. Ante el relato oficial son muertos sin nombre, sin historia, sin aparentes deudos. Para el gobierno son muertos bulto, muertos monserga, toneladas de carne podrida infestado las planchas del Semefo, una estadística apenas molestosa para sus discursos grandilocuentes. “No es tema”, dirá el alcalde mientras el gobernador fastidia a los empresarios con una inacabable perorata en donde todo es idílico en ese edén bajacaliforniano que sólo él alcanza a ver. “Se están matando entre ellos”, “la gente buena puede estar tranquila”. Gente buena, gente mala, carne y hueso que se cuenta por toneladas, indiferencia absoluta: aquí no pasa nada. En este noir no hay detectives ni investigación y los muertos nunca son nombrados ni le importan a nadie. En esta novela negra los muertos no tienen relato ni rostro. Es la negra novela de nuestras calles, la negrísima novela de nuestras vidas.