“Lo que el fuego se llevó” o “La Historia que perdimos en la lumbre” podrían ser buenos títulos para una hipotética crónica negra donde se narre todo lo que las llamas han consumido en Tijuana. Lo extraño es que la lumbre tiene un caprichoso sentido de la puntualidad en esta ciudad. Las flamas suelen irrumpir en momentos decisivos e irremediablemente dan lugar a sospechas. El mítico Tijuana Fair, el primer edificio tijuanense que apostó por una arquitectura espectacular, con torres de ocho metros de altura que podían ser vistas desde Estados Unidos, fue sospechosamente consumido por el fuego en 1920, justamente cuando el primer zar del juego en la ciudad, Antonio Elosúa, sostenía un severo enfrentamiento contra el siniestro gobernador del territorio, el mafioso Esteban Cantú. Sobre las ruinas carbonizadas del Tijuana Fair se construyó el viejo Palacio Municipal. Las llamas también se llevaron el Foreign Club en 1935, justo cuando Lázaro Cárdenas emprendía su cruzada contra los juegos de azar. La noche 5 de agosto de 1971, el endeudado hipódromo de Juan Salvatore Alessio fue consumido por un devastador y sospechoso incendio del que por fortuna se salvaron 400 galgos. La lumbre siempre ha hecho de las suyas. Desde el incendio que consumió una cuadra del antiguo centro en 1921 hasta la tragedia de la Navidad del 50 protagonizada por un pleito de pandillas. Las ruinas de Pinturas Calette ardieron el 17 de febrero de 2003 y ahora el desahuciado Chiki Jai casi se une a la lista. Tijuana es una urbe que se devora e incinera a sí misma. Una ciudad que pese a su juventud, apenas conserva vestigios de su pasado. Tijuana es siempre mítica e incierta porque no hay arqueología que rinda testimonio de su existencia. Tijuana es una ciudad del aquí y el ahora que suele arrasar con sus reliquias. La Tijuana de mi nostalgia es una ciudad que ya no existe, aunque a menudo me pregunto si alguna vez existió, dijo Federico Campbell. Cuánta razón tiene
Monday, January 29, 2018
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